lunes, 6 de abril de 2015

Los Nombres de Dios

El (en ugarítico 𐎛𐎍, en fenicio 𐤀𐤋, en siriaco ܐܠ, en hebreo אל, en árabe إل o إله, cognado del acadio ilu) es una palabra semítica del noroeste, que tradicionalmente se traduce como ‘dios’, refiriéndose a la máxima deidad. Algunas veces, dependiendo del contexto, permanece sin traducción (quedando simplemente El) para referirse al nombre propio de un dios.


Imagen del dios El venciendo a dos leones, tallado en el mango del cuchillo ceremonial de Gebel el-Arak.
En la mitología cananea, El era el nombre de la deidad principal y significaba «padre de todos los dioses» (en los hallazgos arqueológicos siempre es encontrado al frente de las demás deidades). En todo el Levante mediterráneo era denominado El o IL, al dios supremo, padre de la raza humana y de todas las criaturas, incluso para el pueblo de Israel pero con interpretaciones distintas a los cananeos.
Los Sumerios tenían un dios equivalente al de la mitología cananea, llamado Anu.[1]
Este dios todopoderoso llamado El, se denomina en hebreo Elohim o "dioses", porque está en plural y su singular es El, o dios. En el uso semítico, El era el nombre especial o título de un dios particular que era distinguido de otros dioses como «el dios», lo que en el sentido monoteísta sería Dios.[2]
La raíz il corresponde a apelativos semíticos muy conocidos, como la palabra original semita para ‘Dios’ es decir, El.[3]
En ciertas regiones, el apelativo il [literalmente ‘dios’] era la referencia al dios sumerio Anu.[1] Con el mismo apelativo il [literalmente ‘dios’] se lo designaba al dios de los cereales Dagan. En ugarítico, Dagan sería Dgn (que probablemente se vocalizaba como Dagnu) y en acadio como Dagana. El culto a Dagan era propio de los amorreos del siglo XXII a. C. y luego de la conquista elamita sobre la tercera dinastía de Ur, se difundió entre asirios y babilonios. En Asiria llegó a estar en equivalencia con Anu.
En las tablas de Ugarit, ese dios primigenio figura también como el esposo de la diosa Asera; Ishtar entre los babilonios [originalmente llamada Athirat (o Afdirad) que en la Biblia recibe el nombre de Astoret. La forma griega es Astarté (la cual es la madre de todos los dioses,[4] la esposa celestial, la reina del cielo).
Representaciones del dios El se ha encontrado en las ruinas de la Biblioteca Real de la civilización Ebla ―en el yacimiento arqueológico de Tell Mardikh (Siria), que data del 2300 a. C.―. En algún momento de la historia pudo haber sido un dios del desierto, pues un mito dice que tuvo dos esposas y que con ellas y sus hijos construyó un santuario en el desierto.
El ha sido el padre de muchos dioses ―setenta en total― los más importantes fueron Baal Raman (Hadad), He, Yam y Mot, los cuales tienen atributos similares a los dioses Zeus, Poseidón o Ofión, Hades o Tánatos respectivamente, los antiguos mitógrafos griegos identificaron a El con Crono, el rey de los titanes.
Por lo general, El se representa como un toro, con o sin alas. También lo llamaban Eloáh, Eláh, que en árabe se convirtió en Allah).
El dios El preside sobre el monte G'r kvsi, que a veces se traduce como Khurshan-Zur-Kas (Kjúrshan zur kas),


Orígenes del dios El[editar]



Máscara ceremonial que representa al dios El.
Para los pueblos cananeos El era la deidad principal, el rey, creador de todas las cosas, el juez que dictaba lo que debían hacer tanto los hombres como los dioses. Su esposa primaria fue Ashera o Asera, la madre de los dioses, representada en los santuarios cananitas con árboles ornamentados. Pero tuvo otra esposa: Anat hermana de Hadad (Baal Raman (el trueno, señor del trueno)), esta última, era llamada «la amante de los dioses» (ambas eran diosas de la fertilidad). Para los cananeos El es el padre de la «divina familia» y presidente de la asamblea de los dioses en el Monte de la Reunión. Es llamado «toro» por su fortaleza y potencia creativa, es el «Anciano de Días», la «Roca de las Edades», está representado en una roca en Ras Shara.[5]
En los mitos Ugaríticos El es llamado Bny Bnwt, que significa ‘creador de todas las cosas creadas’, aunque algunos lo traducen como ‘dador de potencia’. En las dos inscripciones halladas en Ugarit, hoy Ras Shamra, El es retratado como un dios frío y distante, «en el flujo de los [dos] ríos», posiblemente el Edén, de donde un río fluía para formar a los ríos Tigris, Éufrates, Guijón y Pisón.,[5] tal como describen al Eden en la Biblia.
Aparte de ser llamado «el creador», El también era llamado «el bondadoso», «el compasivo» en los mitos Ugaríticos (títulos que aparecen en la Biblia para referirse a Yahvé). Esta deidad no es de quien se escribe en la Biblia, ya que la deidad llamada El tiene este nombre propio y en la Biblia «El, traducida como el Altísimo», se llama Yahvé. Sólo la adoración de Yahvé nunca fue estigmatizada en la Biblia ni por los patriarcas. De hecho Abraham dio los diezmos a un sacerdote del Altísimo (El) llamado Melquisedec, rey de Salem. (http://www.biblegateway.com/passage/?search=Genesis+14%3A18&version=RVR1960) (http://www.biblegateway.com/passage/?search=Hebreos+7%3A1-3&version=RVR1960).[6]
En Canaán el rey era nombrado «siervo de El» (de forma similar, en Israel, el rey era nombrado como siervo de Dios; David «El siervo de Dios»). Esto describía el estatus de los reyes antiguos como ejecutores de la voluntad divina. Este título era visto como un privilegio y no como una carga.[5]
En los tiempos de Palestina, «los hijos de El» significaban ‘los dueños de los ganados, adoradores del dios-toro El’, y «las hijas de Adán» significaría ‘las mujeres de Adama [la tierra, el suelo]’; Adama era una diosa de la agricultura. Las hijas de Adama eran notorias por sus orgías (prostitución ritual). En aquellos tiempos era común que hubiesen sacerdotisas sexuales, que sirviesen en los templos, es posible que de aquí venga la historia de El seduciendo a dos mujeres mortales, y éstas dándole hijos semidivinos, llamados Shalem (‘perfecto’), y Shahar (‘amanecer’), que posee alas (según el salmo 139:9), y su hijo fue el ángel caído Helel (según Isaías 14:12).[7]
Esa mitología cananea se introdujo en las creencias del pueblo de Israel. La Biblia muestra ese sincretismo en muchos pasajes, por ejemplo la concepción del dios Yavé como presidente en la «corte de los dioses» o «la divina asamblea» (Beneel), también es para referirse a la divina familia de El, en Deuteronomio 32 (http://www.biblegateway.com/passage/?search=Deuteronomio+32&version=RVR1960), empieza con Israel en sus lapsus de fe y termina con el aserto de la destrucción de sus enemigos. En Deuteronomio 32:8 se representa la primera etapa de los israelitas en su adaptación del concepto del dios Yavé al mando de la «asamblea de dioses» de la mitología cananea; la concepción del dios Yavé como simplemente el principal entre todos los dioses. A lo largo de la historia de Israel primero nombró a su dios Yahvé (o Jehová) como el «altísimo» entre la asamblea de «los hijos de El» (o «hijos de Israel» según la Septuaginta) aunque se disputa la fecha de este poema, más tarde (en el 900 a. C.)[5] se hizo desparecer la corte completa de dioses y se condenó esa idea como apostasía.

Dioses padres casados o solteros[editar]

El dios El ―de donde proviene la idea original del dios Yahvé― llegó a tener una descendencia de más de 70 deidades.
La unión entre los dioses y las mortales se encuentra en casi todas las religiones del mundo, excepto en el islamismo (es inapropiado decir que Dios, como se revela en el islamismo, es soltero o casado; simplemente, para los creyentes de esa religión Dios está más allá de cualquier comparación creada que podamos hacer, por eso, además, afirmar en el islamismo que Dios es Padre no solo es erróneo sino una blasfemia) en el judaísmo y en el cristianismo. En el cristianismo Jesucristo es el Hijo Eterno del dios Yavé (anterior a la creación del mundo) que una vez más no está ni soltero ni casado; la palabra revelada de Dios y su espíritu son un solo y único dios, y tres personas divinas. La concepción virginal de Jesús no debe entenderse como fruto de la unión de Dios con una mujer (la Virgen María), sino que la mujer fue un medio para la encarnación de Jesús, mediante la acción del Espíritu Santo.
En el mundo antiguo se creía que los miembros de las clases dirigentes eran hijos de los dioses. Estas creencias se encuentran en el Mediterráneo y en todo el Oeste de Asia, sin contar las demás partes del mundo. Los emperadores romanos, a los que se rendía culto aún en vida, estaban convencidos de que tras la muerte iban a convertirse en dioses.
En algún momento el judaísmo hizo a un lado a todas las deidades, y dejó solo a Yahvé, que como queda dicho no está ni soltero ni casado, pues, al igual que en el islamismo, no entra en esas categorizaciones humanas, y por lo tanto nunca tuvo ningún hijo. Desde ese momento, llamarse «hijo de Dios» fue anatema.
En el siglo II d. C., el rabino Shimon ben Yohai maldijo a todo aquel que ―al leer la Torá (el Antiguo testamento de los cristianos) o cualquier libro― entendiera el término bene elohim (‘los hijos de los dioses’) en el sentido ugarítico. Desde ese momento, Elohim no significó ‘dioses’ (en plural) sino ‘dios único’.[7]
¿Y acaso ―respondió Jesús― no está escrito en su ley: «Yo he dicho que ustedes son dioses»?

Títulos del dios El[editar]



Ishtar, la diosa Asera de los babilonios.
  • Toro, el padre del tiempo, el rey, el creador de todo, el santo y compasivo, el bueno o noble.
  • Athtar (Aftar), el Maravilloso.
  • Yamu (Yam, Yahm, Yom, Yamm) (el mar o el océano).
  • Tiamat (las aguas) y Apsu (el agua dulce). Estas dos deidades podrían ser la misma persona, y a veces son representados como mujeres o varones.[8] En la mitología cananea, Apsu es llamado el príncipe de las aguas. A veces en Ugarit se le llamaba «mar». Los «otros yo» del mar, posiblemente sus hijos, u otros hijos de El (no está claro), son:
  • Horón (Jorón), dios del inframundo.
  • Yadi Yalha o Iadi Ialja
  • He o Jí (Helios), dios del Sol.[cita requerida]

La familia del dios El[editar]



Representación asiria del dios El.
En los textos ugaritícos de Ras Shamra, pertenecientes a Ilimilku de Shubani (sumo sacerdote de Baal), los cuales fueron dictados por Atanu Purliani y subsidiados por el rey Niqmad II (1375-1345 a. C.).
  • El puede significar ‘fuerte’ o ‘primero’, entre otras traducciones.
    • su cognado árabe Alá (Dios o ‘el dios’) también contiene los mismos epítetos de su contraparte hebrea y mesopotámica de Alá el bueno, el misericordioso y compasivo.
La morada de El es una montaña de la cual fluyen dos ríos, que son las fuentes de todas las «aguas vivas» en el mundo. El equivalente griego de esa montaña sería el Olimpo. Compárese con Ezequiel 47:1, Zacarias 14:8, y Apocalipsis 22:1.
Los acadios llamaron a sus predecesores «las gentes de Shumer», este término corresponde al hebreo «las tierras de Shin'ar» (‘la tierra de los vigilantes’), los egipcios la llamaron «Ta Neter» (T’Ntr, ‘la tierra de los ancestros/dioses’), que emigraron hacia Egipto, a esta tierra también la llamaron Ta Ur (antigua Ur, ciudad extraña o alejada). La Biblia la nombra como Ur de los Caldeos (en Mesopotamia), desde donde provino Abraham.[9] Así los primeros dioses saldrían de las tierras de Shem.[cita requerida]
Acontecerá también en aquel día, que saldrán de Jerusalén aguas vivas; la mitad de ellas hacia la mar oriental, y la otra mitad hacia la mar occidental, en verano y en invierno.
Zacarías 14:8, en la Biblia Reina-Valera antigua
Ahí vive en una tienda de campaña (¿el tabernáculo?) como todo patriarca, con su familia y ahí los hijos de El (Bene ha Elohim) forman la «asamblea divina», la cual El preside. Compárese con Salmos 74:4, Daniel 7:9,13,22 y Apocalipsis 4:4,10, 5:8,14, 11:16,19:4.
Dios preside en el consejo de los dioses; en medio de los dioses dicta sentencia.
Salmos 82:1 Biblia Reina-Valera, 1995[10]
Elohim ha tomado su lugar en la asamblea de los elohim, en medio de los elohim él gobierna.
Traducción literal[11]
Yo les he dicho: «Ustedes son elohim; todos ustedes son ben he elyion (hijos de El).
Salmos 82:6


Tiamat, personificando a Yam, hijo de El, equivalente al Leviatán bíblico.
Bene elohim (y variantes) se traduce como ‘hijos de los dioses’, ‘hijos de Dios’, ‘asamblea de los hijos de Dios’ o ‘asamblea de los dioses’,[12] El término fue usado extensamente en las religiones semíticas del Oeste (ver Génesis 6:2). En la cultura ugarítica ―tanto en restos arqueológicos de Fenicia con en restos amonitas― se han encontrado inscripciones sobre «los hijos de Dios», que eran divinidades menores o subordinadas a El.
En el arte ugarítico, el dios El es representado como un patriarca barbudo y muy bebedor de vino en festines (una imagen que los hebreos comparaban con su dios El, eterno abstemio y soltero). Hasta la fecha no se ha encontrado un templo construido en honor del dios El ugarítico, aunque por supuesto no se ha excavado toda la zona. Esto podría hacer pensar que ―al igual que el dios El hebreo―, era un «dios que no habitaba en templos hechos por manos de hombres». Aparte de ser juez, el dios El podía sanar, como cuando curó a su hijo Kirta. Incluso el dios Baal acudía a buscar su ayuda cuando se encontraba en problemas, ayudando a su siervo Danel (el Danel antiguo de la Biblia), siervo de Baal, así cualquier cosa primero se le tenía que pedir permiso para hacerla como en el caso de Anat para tomar venganza.
El es llamado «padre de los dioses» de todos modos, a los personajes que designa como su parentela son:
  • Asera, la madre de todos los dioses, originalmente llamada Athirat (o Afdirad).
  • el fuego («la ramera de El»), al parecer un desliz del dios. Según la mitología ugarítica, El tendría varias amantes, lo que causaría la ira de Asera, y tendrían problemas con él, hasta llegar a una posible separación.
  • La muerte, el mar y el deseo son los hijos preferidos de El. Se les llama «los queridos de El».[cita requerida]
  • Shahar (Shajar) (hijo de otro desliz de El con otra mortal).
  • el rey Kirta (el muchacho de El).
  • Shalem o Shalim (‘perfecto’), hijo de El con una mortal.
    • la palabra shalom proviene de este Shalem.
    • también proviene de este el nombre de la actual Jerusalén, ciudad de Salem del rey Melquisedec.
  • Pescador, hijo adoptivo de la dama Asera del mar.
  • Mot (‘muerte, esterilidad’).

Los nietos del dios El[editar]

  • Ilihu (Iliju), Thitmanit y Yassib son hijos del rey Kirta y de su esposa Hurriya (la hija del rey Pabil).
  • Kothar Wa Hasis (Kjoftar Wa Jasís) o Jotar, hijo del mar. Su equivalente en Egipto era Ptah, palabra que no tiene significado en idioma egipcio sino en idioma acádico (y en otros idiomas semitas), en el que significa ‘el quien crea las cosas por medio de la escultura y abriéndolas’. Era el artesano de los dioses. Sus hermanas eran las sabias mujeres o las siete diosas de la sabiduría

Uso del nombre «El» entre los israelitas[editar]



El dios Yahvé o Jehová.
Según el pasaje de Génesis 32:23-28, el nombre Israel (Yisrael) representa al patriarca Jacob, ‘que pelea contra El’, aunque otros autores lo traducen de diferentes maneras.[13]
Ya no te llamarás Jacob, sino Israel, porque has luchado con Dios y con los hombres, y has vencido.
Génesis 32:28[14]
Pero las diversas traducciones no muestran uniformidad acerca de ese dios:
Entonces el ángel le dijo: «¡Suéltame, que ya está por amanecer!».
Génesis, 32:26.[15]
Y siguió contendiendo con un ángel y gradualmente prevaleció. Lloró, para implorar favor para sí mismo. Lo halló en Beth-el, y allí habló con El.
Libro de Oseas, 12:4[16]
La palabra El significa ‘dios, poderoso, fuerte’ y también ‘ídolo’.[17] En la mayoría de las traducciones, el sitio conocido como Bethel[18] se traduce como ‘casa de Dios’, siendo beth ‘casa’ (como Bethlehem es ‘casa del pan’, Bethania ‘casa de la aflicción’, Bethsaida: ‘casa del pez’) y el puede referirse tanto al dios Yahvé como al dios El. Por lo tanto, Beth-el podría no ser la Beth Yahvé, sino la casa del dios extranjero El.[19]
Así, posteriormente Israel sería el pueblo elegido: el que se enfrentaría a los ídolos (Ver idolatría), pues seguiría el camino trazado por el único Dios verdadero Yahvé (Jehová). En la primera mitad del siglo X a. C. ese pueblo alcanzó tal objetivo durante los reinados de David y Salomón (Israel se había convertido en “el reino de Yahvé” (1.ª Cr 28:5). Pero la Biblia indica que posteriormente las doce tribus de Israel se dividieron por razones materialistas:
Ocurrió que las tribus norteñas habían copiado el materialismo (ver Amós 6:8; 8:4-7; Jer 5:26; Habacuc 1:2-4) de los paganos (los cuales adoraban al dios El), mientras que Judá se mantenía «un poco menos infiel… reconocía todavía al dios Yahvé» (Libro de Oseas 4:15; 11:12; Libro de Amós 2:4-8).[20]
Luego de la división del reino el nombre de El (usado en los idiomas semitas para designar a la deidad principal, el toro o becerro) se difundió más entre los israelitas del norte. [Esas diez tribus del norte ―propiamente llamadas Israel- son Aser, Dan, Efraím, Gad, Isacar, Manasés, Neftalí, Rubén, Simeón o Simón y Zabulón]. Por su parte los del sur ―propiamente llamados de Judá o levitas y benjaminitas (Judá, Benjamín)― de donde viene el nombre de judíos, siguieron manteniendo el ritual a Yhwh (Yahveh) en Jerusalén.
Hacia el siglo VIII a. C. el culto al dios El estaba bastante arraigado entre los israelitas del norte. Los frecuentes intercambios comerciales (sobre todo con Tiro) contribuían a ello. Absorbían cultos fenicios, asirios y sidonios. Por ejemplo, según 1 Reyes 16:31, un hijo de El (Melqart) era el «dios de Tiro» o «el Ba'al de Tiro». El rey de Sidón (Ethba’al) era servidor de Baal (Habbaal). El culto de este dios se introdujo en las tribus norteñas de Israel cuando el rey Ajab (o Acab) se casó con Jezabel, hija de EthBaal, rey de los sidonios.
Tu becerro [toro], Samaria [capital del norte de Israel], te hizo alejarte
Libro de Oseas 8:5; 10:5
Este «dios de Tiro» permaneció en Israel hasta el reinado de Jehú, quien lo anuló (Libro de Oseas 9:13; Libro segundo de los reyes 10:26).

El dios El como Yahveh[editar]



He Elohim y Adán.
En ciertas ocasiones, los israelitas utilizaban el término El para referirse al dios Yahveh, dado que esa era el término con que se denominaba a Dios. A veces usaban la variante Elohim (אֱלׂהִים). La palabra El significa ‘dios, poderoso, fuerte’, pero también ‘ídolo’.[21] Por lo tanto es una palabra genérica (dios) que puede ser usada para cualquier dios, incluyendo a Baal, Moloc o Yahvé. A su vez, Elohim es una palabra de uso normal que puede significar ‘dioses’ aunque también ‘ángel de dios’.
Algunos judíos y cristianos consideran que este término debe de haber sido mayestático (es decir, símbolo de majestad de la divinidad), de manera que cuando Elohim se aplica al dios Yahveh significaría ‘el fuerte’ (según Skizzen, 3, 169), o ‘ser poderoso’ (según Dillmann).
Algunos católicos incluso dicen que podría referirse a un preanuncio inconsciente de la Santísima Trinidad.

El gran desafío[editar]

Luego de salir de Egipto y ya en el desierto, a los hebreos no les resultaba fácil abandonar el «modo de vida» (materialismo) que durante decenios habían experimentado en tierras egipcias. Por eso, ante cualquier dificultad los hebreos volvían al culto anterior al toro-becerro El: (estas afirmaciones son válidas para creyentes, para el estudio crítico de la Biblia serían completamente anacrónicas, ya que la anterior concepción de contraste con la cultura cananea pertenece a época post-exílica, 800 años más tarde). Así lo leemos en la Biblia:
Hizo de ello un becerro de fundición. Entonces ellos dijeron: «¡Israel, estos son tus dioses, que te sacaron de la tierra de Egipto!». Cuando Aarón vio esto, edificó un altar delante del becerro y proclamó: «¡Mañana será un día de fiesta dedicado a Yahvé!».
Éxodo 32:4-5
Una vez en la tierra prometida (Canaán), los israelitas fueron afianzando su culto a Yahvé hasta que pudieron consolidarlo en la época del rey David (siglo XI a. C.). Posteriormente ―durante el reinado de su hijo Salomón― ese «pueblo elegido» conseguía vivir bajo la ley del dios Yahvéh. La paz se había afianzado y los habitantes vivían en un clima de relativa prosperidad. Pero tiempo después la mayor parte de las tribus volvieron al culto al becerro-toro El. La Biblia refleja ese episodio en términos muy similares a los anteriores:
«El rey [Jeroboam] hizo dos becerros de oro y dijo al pueblo: «Ya habéis subido bastante a Jerusalén. Aquí están tus dioses, Israel, los cuales te hicieron subir de la tierra de Egipto» (1.º Reyes 12:28).
Se puede apreciar la facilidad con que se pasaba del culto al Dios Yahvé hacia el culto del becerro-toro, o sea el dios El. Dado que religión era equivalente a «modo de vida», hay quienes ensayan una explicación:
Seguir el culto al dios Yahvé exigía esforzarse para lograr una comunidad de hermanos, donde se defienda a los más débiles y prime la justicia. De esa manera se lograría la felicidad general, y Yahvé se encargaría de darles prosperidad y tranquilidad en sus fronteras (1.ª Re 2:3; Prov 29:14; Salmo 147:14). Seguir ese modo de vida era seguir los lineamientos de Yahvé:
  • «Estoy contra los que oprimen al jornalero, a la viuda y al huérfano» (Malaq 3:5).
  • «No mentiréis ni os defraudéis unos a otros» (Levítico 19:21).
  • «Has de tener un peso cabal y exacto, e igualmente una medida cabal y exacta… Porque cometer fraude es abominación para Yahvé» (Deut. 25:15-16).
  • «Tened balanza justa, peso justo, medida justa. Yo soy Yahvé» (Lev. 19:35).
  • «Abominación de Yahvé la balanza falsa» (Proverbios 11:1; 20:23).
  • «Si prestas dinero a uno de mi pueblo, al pobre que habita contigo, no serás con él un usurero; no le exigiréis interés» (Éxodo 22:24).
  • «Amarás a tu prójimo como a ti mismo. Yo soy Yahvé» (Lev. 19:18).
Por su parte los no hebreos basaban su vida en el materialismo (dioses materiales) a los que se rendía culto para obtener bienes y riqueza. Para conseguir dicha riqueza podía utilizarse el comercio engañoso ―lo cual caracterizaba a los pueblos cananeos―. La mentira y el saqueo se transformaba en una práctica común.
  • «Canaán tiene en su mano balanzas engañosas, es amigo de hacer fraude» (Libro de Oseas 12:8-9).
  • «¿He de soportar yo una medida falsa... las balanzas de la maldad y la bolsa de pesas de fraude?» (Libro de Miqueas 6:9-11).
Pero a los pueblos «opresores» les iba bien, es decir, se sentían económicamente satisfechos, sin importarles a qué cantidad de pueblos estaban sometiendo. Por eso seguían adorando a El.

El tentador sistema de vida bajo el culto al dios El[editar]

La solidaridad y compasión no eran compatibles con ese pensamiento. De allí que el culto al becerro (lo cual representaba al dios El ―un dios bondadoso, dispuesto a perdonar... que permitía aquellos métodos de enriquecimiento) era muy tentador. Por lo tanto: seguir manteniéndose en el culto a Yahvé, en medio del tentador culto a dioses materiales de los cananeos y naciones vecinas era un gran desafío para los hebreos. [Notar que lo que más se reprocha a las tribus que volvieron al «dios becerro» es su comercio engañoso y la opresión a los más débiles (Isaías 10:2; Jeremías 5:27; Amós 6:8; 8:4-7; Miqueas 3:11)]. La idolatría que repudian los profetas del siglo VIII a. C. hace directa alusión al modo de vida:
El cántico de Isaías (siglo VIII a. C.) manifiesta un panorama desolador: Expresa que Yahvé «esperó de ellos derecho» (mishpat) «y ahí tenéis: asesinatos. Esperó justicia» (dsedaqah) «y ahí tenéis, lamentos» (Is 5:7). Dicho profeta continúa con su invectiva contra «los que añaden casas a casa y campos a campos hasta no dejar sitio y vivir ellos solos en medio del país» (Is 5:8); esos son «los que llaman al mal bien y al bien mal», y luego agrega: «Contra ellos se inflama la ira de Yahvé» (Is 5:25).
Asimismo el profeta Amós fustiga a las mujeres de los poderosos (entregadas como ellos a la comodidad y al abuso): «Oprimís a los indigentes» (dallim), «maltratáis a los pobres» (ebionim), «y pedís a vuestros maridos: “Traed de beber”» (Am 4:1).
[La Ley de Yahvé permitía que hubiera gente más próspera que otras, pero no que un rico se aproveche de su posición de privilegio (2.ª Sam 12:1-6)]. Congruente con todo esto, en el libro Apocalipsis se le reprocha a la Gran Ramera que sus negociantes «usan artimañas para llegar a ser los magnates del planeta» (Ap 18:23). Tal como lo adelantaba Zacarías cuando se refería al Juicio Final:
«Y en aquel día no habrá más negociantes [kenajaní: ‘cananeos’] en la casa de Jehová de los Ejércitos» (Zac 14.21).
Uno de los datos que muestra el sincretismo en el Antiguo Israel es que cuando se utiliza la forma El para referirse a Yahveh en vez de Elohim, paralelamente tienen el significado del título que los demás pueblos semitas le daban a la deidad El. Así en los pasajes en los que se refieren a Dios como «el Fuerte de Israel» o «el Fuerte de Jacob» (uno de los títulos de Yahveh en la Biblia), literalmente dice «el Toro de Jacob» o «el Toro de Israel» (Salmos 132:2,5, Isaías 1:24, 49; 26, 60:16, Salmo 22:16, entre otros). Esto podría dar lugar (para un desprevenido) a caer en el engañoso culto al toro-becerro (o sea, el culto a El o Baal).
En el idioma hebreo otro nombre para designar a Yahveh es la forma "Abir" significando poderoso, fuerte, la forma para los demás es "Abbir" del mismo significado, incluyendo la palabra Toro (nombre con el que se referían a «el otro El») así para referirse a Yahveh se utiliza Abir y para los demás Abbir, como en el caso de "los fuertes toros de Basan".[22] Otros escritores simplemente lo traducen de manera literal: ‘dioses’.
Una referencia a El en los textos ugaríticos y a Baal en representación del «jinete de las nubes», o «el que cabalga entre las nubes», es muy similar a las expresiones que la Biblia utiliza para el dios Yahveh (Salmo 68:4, Deuteronomio 33:26, 2 Samuel 22:11).
Déjame decírtelo, príncipe Baal, déjame repetirlo, jinete entre las nubes: ahí tu enemigo, Baal, contempla, vas a matar a tus enemigos, contempla: tú aniquilarás a tus adversarios
Poema a Baal, textos de Rash Shamra
No hay nadie como el dios de Jesurún,
que para ayudarte cabalga en los cielos,
entre las nubes, con toda su majestad.
Deuteronomio 33:26-27

El dios El como dios extranjero[editar]



Astarte.
En otras ocasiones los israelitas usaban el nombre El o Elohim, para referirse a una o varias divinidades extranjeras.
Decidan hoy a quién servir: si a los dioses (elohim), a los que sus antepasados servían a orillas del Éufrates, o a los dioses (elohim) de los amorreos que viven en esta tierra.
Por la gran variedad de nombres de dioses que pueden leerse en la Torá, algunos autores plantean la teoría de que originalmente los pueblos semíticos que se agruparon bajo la denominación de “hebreos”, tenían creencias politeístas que progresivamente fueron perdiendo y adaptando hacia el monoteísmo, durante la época previa a las primeras adiciones que conformaron la Torá.

El nombre «El» en nombres de lugares y personas[editar]

Todos los nombres como Ismael, Miguel, Israel y demás eran una forma teofórica, es decir los sufijos de los elementos (il, ilu o el) representan un "nombre divino" en este caso el supremo nombre del dios El, pero durante el reinado de Ebrum (rey de Ebla que se supone que fue el patriarca Eber [Heber], de donde proviene el nombre de hebreos) cambió de forma teofórica, de -el a -ya (w), de esta manera nombres como Mikailu (Miguel) se convirtieron en Mikaya (w), de esta manera el rey Ebrum cambió paulatinamente la religión de Ebla de su tiempo, asociándolo así con el nombre bíblico de Yahweh (-ya [w]), transformando a Yahweh en el dios nacional, en vez de El.[6]

«El» como prefijo[editar]

El dios El en topónimos y antropónimos bíblicos.
  • Eladah: eternidad del dios El
  • Elasah: hechos del dios El
  • El-beth-el: el dios El de Betel
  • El-elohe-Israel: el dios El es el dios de Israel
  • Eldaah: conocimiento del dios El
  • Eldad: favorito del dios El, amor del dios El
  • Elead: testigo del dios El
  • Elealeh: ofrenda quemada para El
  • Eleazar o Eliezer: ayuda del dios El, la corte del dios El
  • Elhanan: gracia, regalo o misericordia del dios El
  • Elí: mi dios El
  • Eliab, Eliabba: el dios El es mi padre, el dios El es padre
  • Eliada: conocimiento del dios El
  • Eliakim: resurrección del dios El
  • Eliam: pueblo del dios El
  • Elías (Eliyah): El-Yahvé (dos nombres del mismo dios) o ‘¡Yavé dios!’
  • Eliasaph o Eliasaf: el dios El aumenta
  • Eliashib: el dios El de la conversión
  • Eliathah: tú eres mi dios El
  • Elidad: amado del dios El
  • Eli-el: el dios El, mi El
  • Elienai: el dios El de los ojos
  • Elihoreph o Elijoref: dios El del invierno, dios El de la juventud
  • Elika: pelícano del dios El
  • Elim: chivo, ciervo, venado, hombre fuerte
  • Elimelech: el dios El es rey
  • Eliphal o Elifal: milagro del dios El
  • Eliphalet o Elifalet: el dios El de liberación
  • Eliphaz o Elifaz: esfuerzo del dios El
  • Elishabeth o Isabel: juramento (o completud) del dios El
  • Elisha: el dios El salva
  • Elishah: cordero del dios El, ayuda del dios El
  • Elishama: el dios El escucha
  • Elishaphat: mi dios El juzga
  • Elishua: el dios El es mi salvación
  • Eliud: el dios El es mi alabanza
  • Elizur: el dios El es mi fuerza o mi roca; roca de El
  • Elkanah: celo del dios El, el dios El celoso
  • Elkeshai: dureza o rigor del dios El
  • Ellasar: rebelado contra el dios El
  • Elmodam: el dios El de la medida, el dios El de la ropa[23]
  • Elnaam: el dios El imparcial
  • Elnathan: el dios El ha dado, regalo del dios El
  • Elohim: los dioses, o el dios El poderoso (según el contexto).
  • Elpaal: trabajo del dios El
  • El Shadai: el dios El de las montañas (Génesis 17:1). No está claro si es un atributo del dios Yahweh, o se adoptó la denominación de un dios de la mitología amorrea, que ―unida al nombre del dios cananeo―, se usó como un nombre más del dios de Israel).
  • Elteketh: caso del dios El
  • Eltolad: generación [procedente] del dios El
  • Eluzai: el dios El es mi fuerza
  • Elyón: el dios El más alto
  • Elzabad: el dios El de la dote
  • Elzaphan: el dios El del viento norte
También hay muchas palabras cuya etimología aparentemente no está relacionada con el dios El:
  • Eleph: aprendizaje
  • Eli: ofrenda, o levantamiento
  • Elkoshite: hombre de Elkeshai
  • Elon: roble, jardín, fuerte
  • Elon-beth-hanan: casa de la gracia o casa de la misericordia

«El» como sufijo[editar]

El aparece como sufijo de muchos nombres:
  • Abde-el: nube [o vapor] del dios El
  • Abdi-el: sirviente del dios El
  • Abi-el: el dios El [es mi] padre
  • Abima-el: un padre enviado por el dios El
  • Adbe-el: igual que Abde-el
  • Adi-el: testigo del dios El
  • Adri-el: rebaño del dios El
  • Ammi-el: pueblo del dios El
  • Ari-el: altar del dios El, luz del dios El o león del dios El
  • Asah-el: criatura del dios El
  • Asare-el: beatitud del dios El
  • Así-el: trabajo del dios El
  • Azra-el: quien al dios El ayuda
  • Asri-el: ayuda del dios El
  • Azri-el: igual que Asriel
  • Barach-el: el que se inclina ante el dios El
    • Barachías: el que se inclina ante el dios Yah
  • Bet-el o Beth-el: casa del dios El
  • Betuel o Bethu-el: filiación del dios El
  • Bezale-el: sombra del dios El
  • Carme-el: cordero circunciso; cosecha; lleno de trigo
  • Dani-el: juicio del dios El; el dios El es mi juez
  • Deu-el: conocimiento del dios El
  • Emanu-el: el dios El está con nosotros
  • Ezequi-el: fuerza del dios El
  • Fanu-el (igual que Peniel): rostro del dios El, visión del dios El; el que ve el rostro del dios El
  • Gabri-el: el dios El es mi fuerza (geber: ‘hombre’ o ‘raza humana’),
  • Gaddi-el: chivo del dios El; el dios El es mi felicidad
  • Gamali-el: recompensa del dios El; camello de El
  • Geu-el: redención del dios El
  • Haname-el: regalo del dios El, gracia del dios El
    • Hanane-el
    • Hani-el
    • Hanni-el
  • Haza-el: que ve al dios El
  • Hi-el: el dios El vive; vida del dios El
  • Irpe-el: salud del dios El, medicina del dios El o alabanza del dios El
  • Ishma-el (Ismael): el dios El cura, o el dios El escucha
  • Isra-el: el que lucha contra [el dios] El o el que prevalece ante el dios El
  • Ithi-el: señal del dios El, venida del dios El
  • Jaasi-el: trabajo del dios El
  • Jabne-el: edificio del dios El
  • Jahale-el: alabanza al dios El; luz del dios El
  • Jahazi-el o Jehazi-el: visión del dios El
  • Jahdi-el: unidad del dios El, agudeza del dios El o venganza del dios El
  • Jahle-el: la espera por el dios El, el ruego al dios El, la esperanza en el dios El
  • Jahze-el: el dios El posee, o el dios El divide
  • Jasi-el: fuerza del dios El
  • Jathni-el: regalo del dios El
  • Jaze-el: ver Jasiel
  • Jedia-el: conocimiento del dios El
  • Jedi-el: conocimiento del dios El, o renovación del dios El
  • Jehalele-el o Jehalel-el: alabanza del dios El; claridad del dios El
  • Jehazi-el o Jahazi-el: visión del dios El
  • Jehei-el: el dios El vive
  • Jehezek-el: fuerza del dios El
  • Jekabze-el: congregación del dios El
  • Jekuthi-el: congregación del dios El o la esperanza del dios El
  • Jemu-el: día del dios El, hijo del dios El
  • Jerahme-el: misericordia del dios El o amado del dios El
  • Jeri-el o Jeruel: miedoal dios El o visión del dios El
  • Jesimi-el: asombro por el dios El, o acto de nombrar del dios El
  • Jeu-el: el dios El se ha llevado; El acumula [riquezas]
  • Jezre-el: semilla del dios El
  • Jiftha-el: el dios El abre
  • Kabze-el: congregación del dios El
  • Kadmi-el: el dios El antiguo, el dios El de la antigüedad; el dios El del Levante
  • Kemu-el: el dios El lo ha levantado (o lo ha establecido).
  • La-el: para el dios El
  • Lemu-el: el dios El con él o con ellos
  • Magdi-el: declaración del dios El; fruta elegida por el dios El
  • Mahalele-el: alabanza del dios El
  • Malchi-el: el dios El es rey o el dios El es mi consejero
  • Malele-el: igual que Mahalele-el
  • Mehetab-el: ¡qué bueno es el dios El!
  • Mehuja-el: el que proclamaal dios El
  • Meshezahe-el: el dios El se lo lleva; salvación del dios El
  • Migdal-el: torre del dios El
  • ¿Mig El? (Miguel): ¿quién es como el dios El?
  • Nahali-el: herencia o valle del dios El
  • Natana-el o Nezana-el: regalo del dios El
  • Nei-el: conmoción por el dios El
  • Nemu-el: sueño del dios El
  • Nethane-el o Nazana-el: regalo del dios El
  • Othni-el: la hora del dios El
  • Pagui-el: prevención u oración del dios El
  • Palti-el: entrega o prohibición del dios El
  • Peni-el: rostro o visión del dios El; el que ve el rostro del dios El
  • Penu-el: igual que Peniel
  • Pethu-el: boca o persuasión del dios El
  • Phanu-el (igual que Peniel).
  • Puti-el: el dios El es mi gordura
  • Rafa-el o Refa-el: el dios El sana, médico del dios El, o medicina del dios El
  • Ragu-el: pastor del dios El, o amigo del dios El
  • Repha-el: igual que Rafael
  • Reu-el: igual que Ragüel
  • Salathi-el: pedido por el dios El, o alquilado por el dios El
  • Samu-el: prestado, oído o pedido por el dios El
  • Shealti-el: igual que Salathiel
  • Shebu-el: cautividad o asiento del dios El
  • Shelumi-el: igual que Shelemiah
  • Shelemiah: el dios El es mi perfección, mi felicidad o mi paz
  • Shemu-el: señalado por el dios El
  • Shuba-el: retorno de cautivos; asiento del dios El
  • Tabeal o Tabe-el: el buen dios El
  • U-el: que desea al dios El
  • Uri-el: el dios El es mi luz o mi fuego; igual que Urías (Uri-Yah).
  • Zabdi-el
  • Zuri-el: roca o fuerza del dios El
También hay muchas palabras cuya etimología aparentemente no está relacionada con el dios El:
  • Abel: quizá pastor, camello o hijo
  • Azaz-el: chivo expiatorio
  • Babel
  • Hillel: aquel que alaba
  • Jael: el que asciende; un niño
  • Jezebel: no exaltado
  • Joel: el que manda
  • Methusael: quien pide morir
  • Misha-el o Misael: el que es pedido o alquilado
  • Ohel: tienda, tabernáculo, brillo
  • Ofel: torre, oscuridad, nubecita blanca
  • Raq-el: oveja
  • Tekel: peso
  • Zerub Babel: un extranjero en Babilonia; dispersión de la confusión
  • Zorobabel: igual que Zerubbabel.

jueves, 19 de marzo de 2015

Apunte sobre libro de Daniel

LOS 1290 y 1335 DIAS DE DANIEL 12
Por Alberto Timm


La interpretación de los 1290 y los 1335 días de Dan. 12:11-12 respectivamente como 1290 y 1335 años es antigua, y ya se la encontraba entre los expositores judíos del siglo VIII d.C. Esa interpretación, que se basa en el principio de día por años (Núm. 14:34; Eze. 4:6-7), continuó siendo sostenida por los seguidores de Joaquín de Fiore (1130-1202), como así también por varios otros expositores durante la pre Reforma, la Reforma y la tradición protestante subsiguiente.[1]

Guillermo Miller (1782-1849) creía a su vez que, en primer lugar, tanto los 1290 años como los 1335 comenzaron en el año 508 d.C., cuando Clodoveo, rey de los francos, obtuvo su victoria sobre los visigodos arrianos; paso decisivo en la unión de los poderes políticos y eclesiásticos con la finalidad de castigar a los que el catolicismo medieval consideraba herejes. En segundo lugar, Miller creía que los 1290 años se habían cumplido en 1798, con el encarcelamiento del papa Pío VI por parte de los ejércitos franceses, y finalmente, que los 1335 años se extendían 45 años más, hasta la conclusión de los 2300 años de Dan. 8:14, entre 1843 y 1844.[2]

Los primeros adventistas observadores del Sábado compartieron esta interpretación[3], y llegó a representar la posición histórica de los ASD hasta hoy.[4]

Pero, en estos años recientes, algunos predicadores independientes han comenzado a propagar lo que consideran “nueva luz” acerca de los 1290 y los 1335 días de Daniel 12. Rompiendo con la interpretación adventista tradicional, esas personas alegan que ambos periodos están constituidos por días literales y no por días que representan años, y que se cumplirán en el futuro. Algunos de ellos sugieren que ambos periodos comenzarán con el futuro decreto dominical; que los 1290 días literales son el periodo reservado para que el pueblo de Dios salga de las ciudades; y que, cuando terminen los 1335 días literales, se oirá la voz de Dios que anuncia “el día y la hora” del regreso de Cristo.[5] Por más interesantes que puedan parecer estas hipótesis, existen, por lo menos, cinco razones básicas que nos impiden aceptarlas.


1.- Estas teorías se basan en una lectura parcial y tendenciosa de los escritos de Ellen White.

Uno de los argumentos que se utilizan para justificar el futuro cumplimiento de los 1290 y los 1335 días, es la falsa idea de que Ellen White consideraba errónea la noción de que los 1335 días ya se habían cumplido. Se menciona la carta que ella envió “a la iglesia de la casa del hermano Hastings”, fechada el 7 de Noviembre de 1850, en la que se alude a algunos problemas relacionados con el hermano O. Hewitt, de Dead River. En el texto original de esa carta en inglés, aparece la siguiente declaración: “We told him some of his errors of the past, that the 1335 days were ended and numerous errors of his”.[6]
Esta declaración se puede traducir llanamente así: “Le mencionamos algunos de sus errores del pasado, que los 1335 días han terminado y otros errores de él”. Pero algunos defensores de la nueva teoría profética prefieren sustituir la conjunción “que” (that en inglés) por la expresión “tales como” (such as, en inglés); con lo que se altera la forma y el sentido original del texto. De este modo, intentan conseguir que la declaración diga que, entre los errores sostenidos por el hermano Hewitt, estaba la idea de “que los 1335 días se habían cumplido”.

Si la intención de Ellen White hubiera sido realmente corregir al hermano Hewitt por creer que los 1335 días ya se habían cumplido, ¿por qué persistió esa idea? ¿Por qué se habría limitado ella a corregir, en 1850, en forma parcial y tendenciosa la posición de este hermano, sin dirigir la menor reprensión a los demás líderes del movimiento adventista que también creían que ese periodo profético ya se había cumplido en 1844? ¿Por qué no enfrentó a su propio esposo, James White, por afirmar en la Review and Herald, en 1857, que:
 “los 1335 días terminaron con los 2300 en el Clamor de Medianoche de 1844”?[7]
¿Por qué no lo reprendió por seguir publicando en la misma Review varios artículos de otros autores que presentaban la misma idea?[8]
Aun más, ¿cómo podría haber declarado Ellen White, en 1891, que “nunca más habrá un mensaje para el pueblo de Dios que se base en el tiempo. No hemos de saber el tiempo definido, ya sea del derramamiento del Espíritu Santo o de la venida de Cristo”?[9]

Las evidencias de que Ellen White creía que esos periodos ya se habían cumplido se pueden encontrar, también, en sus declaraciones según las cuales la suerte de Daniel ya estaba echada (Dan. 12:13) desde el comienzo del tiempo del fin.[10] Creemos, por lo tanto, que el Dr. P. Gerard Damsteegt, profesor de la Facultad de Teología de la Universidad de Andrews, estaba en lo cierto cuando declaró que “ya en 1850 Ellen White había escrito que los 1335 días se habían cumplido”, sin especificar el momento de ese cumplimiento.[11]


2.- Estas teorías rompen el paralelismo profético literario del libro de Daniel.

Para justificar el supuesto cumplimiento futuro de los 1290 y los 1335 días, los abogados de la “nueva luz” profética alegan, sin ningún fundamento, que el contenido de Dan. 12:5-13, donde aparecen dichos periodos, no forma parte de la cadena profética del libro de Daniel. Pero un análisis más detenido de la estructura literaria del libro desbarata esa teoría.

El Dr. William H. Shea declara que, en el libro de Daniel, cada periodo profético (1260, 1290, 1335 y 2300 días) aparece como un elemento estabilizador del contenido básico de cada una de esas profecías. Por ejemplo, la visión del capítulo 7 se describe en los versículos 1-14; pero el tiempo respectivo solo aparece en el versículo 25. En el capítulo 8, el cuerpo de la visión se presenta en los versículos 1-12; pero el tiempo correspondiente solo está en el versículo 14. del mismo modo, los tiempos proféticos relacionados con la visión del capítulo 11 únicamente se mencionan en el capítulo 12.[12]
Ese paralelismo comprueba que los 1290 y los 1335 días de dan. 12:11-12 comparten la misma naturaleza profético-apocalíptica de las expresiones “tiempo, tiempos y la mitad de un tiempo” de Dan. 7:25, y las 2300 tardes y mañanas de Dan. 8:14. de modo que si aplicamos el principio de día por año a los periodos de Daniel 7 y 8, también se lo debemos aplicar a los de Daniel 12, porque todos esos periodos están, de alguna forma, relacionados entre sí y la descripción de cada visión solo indica un único cumplimiento parta el periodo profético que le corresponde.

Además de eso, la alusión de Dan. 12:11 al “continuo” y a la “abominación desoladora” relaciona los 1290 días con los 1335 no solo en cuanto al contenido de la visión de Dan. 11:31, sino también con relación a las 2300 tardes y mañanas de Dan. 8:14 (Ver Dan. 8:13; 9:27). El mismo poder apóstata que estableció la “abominación desoladora” en lugar del “continuo” se presenta en Daniel 7 y 8 como el “cuerno pequeño”, y en Daniel 11 como el “rey del Norte”. Por lo tanto, tratar de interpretar algunos periodos proféticos de Daniel (70 semanas, 2300 tardes y mañanas) como días que simbolizan años, y otros (1290 y 1335 días) como meros días literales, no concuerda en absoluto con el paralelismo profético literario del libro de Daniel.


3.- Estas teorías se apoyan en una interpretación no bíblica de la palabra hebrea tamid.

La teoría de que tanto los 1290 como los 1335 días comienzan con un futuro decreto dominical se basa en la suposición de que, en Dan. 12:11 las expresiones “continuo” y “abominación asoladora” significan, respectivamente, sábado y domingo. Esa suposición tampoco tiene base bíblica.

La expresión “continuo” es la traducción de la palabra hebrea tamid, que significa “diario” o “continuo”, a la que en la versión Reina-Valera se le ha añadido la palabra “sacrificio”, que no aparece en el texto original de Dan. 8:13 y 12:11. La palabra tamid se usa en las Escrituras con respecto no solo al sacrificio diario del santuario terrenal (Éxo. 29:38, 42), sino también a varios otros aspectos del ministerio diario de ese templo (Éxo. 25:30; 27:20; 28:29, 38; 30:8; 1º Crón. 16:6). En el libro de Daniel, el término se refiere, obviamente, al constante ministerio sacerdotal de Cristo en el Santuario Celestial (Dan. 8:9-14). Y la expresión “transgresión o abominación asoladora” se refiere al vasto sistema de falsificación de ese ministerio, construido sobre las bases no bíblicas de la inmortalidad natural del alma, la mediación de los santos, el confesionario, el continuo sacrificio de la misa, etc.
No podemos estar de acuerdo con la teoría de que, en Daniel 12, el “continuo” representa el sábado y la “abominación desoladora” el domingo; para creerlo, tendríamos que vaciar esas expresiones del amplio significado que le otorga el mismo contexto bíblico en el que aparecen, como asimismo del consenso general de las Escrituras.


4.- Estas teorías reflejan la interpretación futurista, inventada por los jesuitas de la contrarreforma católica.

Los defensores de la interpretación literal futurista de los 1290 y los 1335 días arguyen que su posición es genuinamente adventista y totalmente avalada por los escritos de Ellen White. Pero, si analizamos un poco más con profundidad el asunto a la luz de la historia, descubriremos que esta postura rechaza el historicismo y el principio de día por año de la tradición protestante, para alinearse abiertamente con el futurismo literalista de la Contrarreforma católica.

Los reformadores protestantes del siglo XVI identificaron al “cuerno pequeño” con el papado como institución, del que surgiría la “abominación desoladora” de la que habla Daniel.[13] Con el propósito de liberar al papado de esas acusaciones, el cardenal italiano Roberto Bellarmino (1542-1621), el más capaz y renombrado de todos los polemistas jesuitas, sugirió que el “cuerno pequeño” era un rey cualquiera, y que los 1260, 1290 y 1335 días eran literales y se cumplirían en los momentos previos al fin del mundo.[14] De esta manera, el papado contemporáneo dejaría de ser el “cuerno pequeño” o el “rey del Norte” y, por consiguiente, no se le podría responsabilizar por la “abominación desoladora”.

Muchos de los defensores contemporáneos de la interpretación futurista de los 1290 y los 1335 días desconocen la relación entre esa perspectiva y el futurismo de la Contrarreforma católica. Pero, aun así, esas personas deberían reconocer, por lo menos, que “esas propuestas futuristas reposan esencialmente sobre una comprensión errónea de los patrones de pensamiento de la poesía hebrea” y que “representan una lectura con ojos occidentales del idioma hebreo”.[15]


5.- Estas teorías no toman en cuenta las advertencias de Ellen White en contra del intento de extender el cumplimiento de cualquier profecía de tiempo más allá de 1844.

Si estas teorías fueran correctas, con la mera proclamación del decreto dominical ya sabríamos de antemano cuándo se cierra la puerta de la gracia y cuándo se produce la segunda venida de Cristo. Es, por consiguiente, una forma sutil y capciosa de fijar fechas para los acontecimientos finales. Por más originales y creativos que parezcan, estos intentos no pasan de ser propuestas especulativas que desconocen o menosprecian, en nombre de Ellen White, sus propias advertencias al respecto.

Ya en 1850 ella escribió: “La cuestión de las fechas ha sido una prueba desde 1844, y nunca volverá a ser una prueba”.[16] Posteriormente, añadió que “nunca más habrá un mensaje para el pueblo de Dios que se base en el tiempo”.
“El Señor me mostró que el mensaje debe avanzar, y que no debe depender del tiempo, pues este no será nunca más una prueba. Dios no nos ha revelado el tiempo en el que terminará este mensaje, o cuándo el tiempo de gracia llegará a su fin”.[17]
“Solo después de que la puerta de la gracia se haya cerrado y poco antes de la segunda venida de Cristo, Dios declarará a los salvos el día y la hora de la venida de Jesús”.[18]
Al comentar, en 1900, la expresión “que el tiempo no sería más” (Apoc. 10:6), la hermana White afirmó: “Este tiempo, el que el ángel declaró con un solemne juramento, no es el fin de la historia del mundo ni del tiempo de gracia, sino del tiempo profético que precederá al advenimiento de nuestro Señor”.[19]

Si esto es así, ¿por qué seguir insistiendo en aplicar al futuro los 1290 y los 1335 días de Daniel 12? Solo Dios puede juzgar el grado de sinceridad de los que lo hacen, pero una cosa es cierta: “La fe en una mentira no ejercerá una influencia santificadora sobre la vida o el carácter. Ningún error puede ser verdad ni puede ser convertido en verdad mediante su repetición, o teniendo la fe en él […] Puedo actuar con perfecta sinceridad al seguir un camino equivocado; pero eso no lo convertirá en un camino correcto, ni me llevará al lugar donde deseo ir”.[20]


Protegidos del engaño.

Es evidente, por lo tanto, que proyectar al futuro el cumplimiento de los 1290 y los 1335 días se basa en una lectura parcial y tendenciosa de los escritos de Ellen White, quiebra el paralelismo profético literario del libro de Daniel, se apoya en una interpretación no bíblica de la palabra hebrea tamid, refleja la interpretación jesuita futurista de la Contrarreforma católica y menosprecia las inspiradas advertencias en contra del intento de extender el cumplimiento de cualquier profecía de tiempo más allá de 1844.En una época en la que los vientos de las falsas doctrinas están arreciando con creciente intensidad (Efe. 4:14) para engañar, “si fuese posible, aun a los escogidos” (Mat. 24:24), solo estaremos seguros si nos cimentamos en la clara e inamovible Palabra de Dios; toda “nueva luz”, para ser verdadera, debe estar en perfecta armonía con el consejo general de las Escrituras y de los escritos inspirados de Ellen White.[21] Los atalayas del pueblo de Dios jamás deberían permitir que las conjeturas y las especulaciones humanas les impidan dar a la trompeta un sonido certero (Eze. 33:1-9; 1 Cor. 14:8)



Referencias:
[1] LeRoy Edwin Froom, The Prophetic Faith of Our Fathers (Washington DC: Review and Herald, 1954), Tomo 4, páginas 205-206.
[2] William Miller, Evidences from the Scripture and History of the Second Coming of Christ about the Year A.D. 1843, and of His Personal Reign of 1000 Years (Brandon, Vermont: Telegraph Office, 1833), página 31; Ibíd., Exhibited in a Course of Lectures, Joshua V. Himes (1842), página 95-104, 296-297; Ibíd., Synopsis of Miller’s Views, Signs of the Times, (20 de Enero de 1843), páginas 146, 149.
[3] P. Gerard Damsteegt, Foundations of the Seventh-day Adventist Message and Mission (Grand Rapids: Eerdmans, 1977), páginas 168-170.
[4] Ver Uriah Smith, Synopsis of the Present Truth, Nº 12, Review and Herald (28 de Enero de 1858); Stephen N. Haskell, The Story of Daniel the Prophet (Berrien Springs, 1903), páginas 263-265; J. N. Loughborough, The Thirteen Hundred and Thirty Five Days, Review and Herald (4 de Abril de 1907), páginas 9-10; Uriah Smith, The Prophecies of Daniel and the Revelation (Washington, D.C.: Review and Herald, 1944), páginas 330-331; George McCready Price, The Greatest of the Prophets: A New Commentary of the Book of Daniel (Mountain View: PPPA, 1955), páginas 337-342; Araceli S. Melo, Testemunhos Históricos das Profecias de Daniel (Río de Janeiro: Laemmert, 1968), páginas 727-729; Francis D. Nichol (editor), The Seventh-day Adventist Bible Commentary (Washington, D.C.: Review and Herald, 1977), Tomo 4, páginas 880-881; Vilmar y González, “Os 1290 e 1335 días em Daniel 12”, Revista Adventista (Septiembre de 1982), páginas 43, 45; Jacques B. Doukhan, Daniel: the Vision of the End (Berrien Springs: 1989), página 135; William H. Shea, “Time Prophecies of Daniel 12 and Revelation 12 and 13”, en Frank Holbrook (editor) Symposium on Revelation – Book 1 (Silver Spring: 1992), páginas 327-360.
[5] Victor Michaelson, Delayed Time-setting Heresies Exposed (AZ: Leaves-of-Autumn, 1989).
[6] Ellen White, Carta H-28, del 7 de Noviembre de 1850.
[7] James White, “The Judgment”, Review and Herald (29 de Enero de 1857).
[8] J. N. Loughborough, “The Hour of His Judgment is Come”, Review and Herald (14 de Febrero de 1854), página 30; Uriah Smith, “Short Interviews With Correspondents”, Ibíd. (24 de Febrero de 1863), página 100; Ibíd. (8 de Septiembre de 1863), página 116.
[9] Ellen White, 1MS:220 (Boise: PPPA, 1966).
[10] Manuscrito 50, 1893; Carta K59, 22 de Noviembre de 1899; Manuscrito 10; Carta B-6, 17 de Enero de 1907.
[11] P. Gerard Damsteegt, Ibíd.., página 169.
[12] William H. Shea, Daniel 7-12: Prophecies of the End Time (Boise: PPPA, 1996), páginas 217-223.
[13] LeRoy Edwin Froom, Ibíd., Tomo 2, páginas 242-263.
[14] Ibíd., páginas 495-502.
[15] Frank D. Holbrook, Symposium on Revelation – Book 1, página 327.
[16] PE:75, 188, 191.
[17] 1MS:220-224.
[18] CS:640.
[19] 7CBA:982.
[20] 1MS:56.
[21] El Otro Poder:33-51.

domingo, 15 de febrero de 2015

Dios es Espíritu




La Reforma empezó en el siglo XIV con Guillermo de Ockham. Con él la razón y la fe delimitaron su función específica de forma independiente y, por tanto, la Biblia podía volver a ser comprendida tal como fue pensada y escrita: desde el punto de vista de un Dios lejano e invisible que es accesible exclusivamente por medio de la Fe. Hasta entonces, la razón escolástica (heredera de Platón y Aristóteles) contaminaba y condicionaba el conocimiento de las cosas de Dios. Sin Ockham no podemos entender a Lutero. Al vindicar la “sola escriptura”, Lutero nos decía que las tradiciones humanas basadas en el pensamiento Grecolatino (cristalizadas en el corpus teológico del romanismo cristiano) habían introducido una grave distorsión en la comprensión de la Palabra de Dios. De todo ello surgió el paradigma moderno (fundamento de las revoluciones liberales del siglo XVIII) según el cual Dios y la Fe quedan restringidos a la intimidad del creyente y por tanto separados de los intereses y avatares de la “res” pública. Esto produjo un efecto que nos lleva a error: la conciencia del creyente en exilio, alienada de la realidad del mundo. Como si Dios no tuviera otra realidad que la encerrada y restringida en los fenómenos de la conciencia y el pensamiento del creyente: ideas, estados del ser, esperanzas, metáforas, etc. Si , como suele decirse, toda la historia de la filosofía es una pequeña nota a pie de los diálogos de Platón, el origen del error está en las fuentes de las que bebió Platón, contaminando así toda la historia de la cultura y el conocimiento en occidente. El origen del error está en el conjunto de especulaciones y ritos paganos que comenzaron en Babilonia y se extendieron hasta la India. Pitágoras, Sócrates, Platón y Aristóteles bebieron de las filosofías de la India. De allí heredaron el extremo dualismo entre alma y cuerpo, entre el mundo de las Ideas y el mundo visible. En nuestros días, bajo ese mismo prejuicio, el creyente hace una radical distinción entre espíritu y materia, concepción opuesta a lo que enseña la Biblia. En la Biblia cuerpo, alma y espíritu forman parte de un único mundo que, tras expirar, desaparece. “Los muertos nada saben…”. Aceptar la condición mortal del ser humano es requisito imprescindible para entender qué dice el Dios de la Biblia y cómo es su plan de salvación. La salvación no es en “otro mundo”, sino en éste mismo mundo, pero regenerado y gobernado por las leyes del universo, la ley de Dios, una LEY MORAL que destruye el mal para siempre. Cuando nos alejamos, pues, de la correcta comprensión, surge la tendencia a expulsar a Dios de la realidad, y decimos que no es visible o cognoscible para nosotros, ni para la metodología del científico, como una forma de protegerse ante la evidencia científica: a Dios nadie lo ha visto. El plan de Dios descrito en la Biblia enseña que hasta llegado el momento final de la Historia, cuando el soberano de este planeta, Cristo, aparezca en los cielos para premiar a los que han superado la prueba de fe, y destruir a los que han decidido renunciar a su realidad y a su ley como perfecto orden de las cosas, Dios debe permanecer lejano e invisible, porque Dios quiere salvar a aquellos que han interiorizado su ley y conocen la verdad por medio de la fe. Eso es lo que dice la Biblia, escapar de ello, y recurrir a la separación entre espíritu y materia, puede ser síntoma de una gran flaqueza en la fe del creyente. Pero no es fácil librarse de ello, estamos hablando de más de tres mil años de dualismo en nuestra historia cultural.

Hegel, el filósofo idealista romántico, construyó una teodicea secular basándose en la Biblia. Insertó a Platón en el contexto histórico de la revolución francesa y en la modernidad de forma culminante. La historia tiene un propósito y una finalidad, y su guía era la Razón, o lo que el llamaba el espíritu absoluto. Sustituyó al dios bíblico por un concepto panteísta. Vemos cómo ese exilio del sujeto dentro de sí mismo y de los márgenes de su conciencia tiene su origen en Platón. La filosofía de los idealistas alemanes quiso ubicar el origen de la realidad en la actividad del sujeto, de un Yo absoluto, y esta es la base de las tradiciones místicas de origen neoplatónico y gnóstico. Dios se convierte en una “energía”, un estado de conciencia que nos eleva hacia el mundo del “pleroma”. Este es el error de toda la tradición de la cábala y del judaísmo que no quiere aceptar que su Dios es un Dios físico y real, y que además encarnó y vivió en una vida humana. La flaqueza en la fe, el creer que Dios nunca se manisfestará en el mundo físico o, lo que es lo mismo, el no creer en la segunda venida de Jesús, hace que Dios permanezca para siempre en la seguridad de la conciencia íntima, en el mundo de las ideas y las metáforas del Ser, olvidando que ante Dios tendremos que rendir cuentas cara a cara. Éste es el peligro de todas las tradiciones espirituales, y todas se basan en el error de separar a Dios, al verdadero espíritu que es Ley y es Moral, de la materia de la cual Él es origen, sustento, orden, y de la que forma parte igual que nosotros como humanos. No aceptar esto es caer en el maniqueísmo y en la concepción gnóstica. La tradición gnóstica considera que el cuerpo y la materia son creación del mal (Demiurgo). Según la Biblia, tenemos malas tendencias, pero no existe un pecado original que expulsó a Dios del mundo. Recordemos, fue Dios quien expulsó a Adán y Eva del paraíso. Para que se dieran cuenta de cómo funciona el “mecanismo” del mundo cuando prescindimos o negamos las leyes divinas. Y en eso estamos. Expulsados del orden correcto, vueltos hacia nosotros mismos. En consecuencia, no recordamos ni podemos imaginar cómo son las cosas al ser regidas por la ley divina, por aquella vida y orden que proviene de su espíritu. No podemos ver más allá de la realidad consensuada desde este desorden. Por ello no podemos acceder a contemplar a Dios y a su reino, invisible para nosotros, pero no para el resto de seres inteligentes del universo.


La historia de ese tremendo error cultural que ha alejado al ser humano del Dios de la Biblia termina con Nietzsche, quien vino a poner las cosas en su sitio al volver la mirada hacia la materia como realidad de facto y única, y señalar, correctamente, que el Dios del mundo, el de la tradición teológica y cultural de occidente, había muerto en el entendimiento del filósofo, al tiempo que se distanciaba de las preconcepciones hegelianas negando los absolutos. El nihilismo fue un tiempo de silencio antes del desvelo final, en una historia cultural contemporánea y en una porción de juventud libérrima. Ahora, la lejanía de Dios no se mide desde el erróneo preconcepto dualista, sino en distancias por la Ley no cumplida, y la invisibilidad dentro del cauce que nos marcan los límites del método y del conocimiento científico, instrumentos, en última instancia, del plan de Dios. Por medio de la Fe, Dios está en el corazón cada día. No hace falta, por tanto, exiliar a Dios de la realidad, o nosotros escapar de ella con ideales platónicos.

Espíritu es sencillamente aquello que no es visible, pero no significa que esté ubicado en "otro mundo no físico". Gran parte del espectro de la luz y las ondas electromagnéticas no son visibles al ojo humano, pero no dejan de ser hechos físicos que podemos medir con instrumentos adecuados. Los sentimientos no son visibles pero forman parte de una actividad neuronal que sí podemos registrar. Espíritu, en sentido bíblico, es aquella forma de vida que no podemos ver ni concebir porque vivimos contra la Ley divina que la constituye. La vida que proviene de Dios, implica un reino, gobierno, orden moral y jerárquico en el hombre y en la naturaleza. Un Estado objetivo (Hegel). Schelling dio en la clave cuando dijo que "La naturaleza es el espíritu visible, y el espíritu es la naturaleza invisible". Aquí desaparece el dualismo. Sólo hay Uno, el Espíritu del creador. Dios, en definitiva, es una presencia física en el universo que, a su debido tiempo, será visible para todos los habitantes del planeta Tierra, para los que esperan en la tumba y los que estén vivos en el día de su aparición en la Tierra. Y es Ley, carácter y gobernador. El Rey de reyes.

jueves, 1 de agosto de 2013

La mentira del progreso










Manifiesto contra el progreso. Capítulo XI. Las formas de vida.

por Agustín López Tobajas


"La creencia del hombre moderno de haber llegado a un sistema social más justo y a un orden cultural más elevado que cualquiera que existiera con anterioridad sobre la tierra no tiene más fundamento que sus prejuicios etnocéntricos y su manipulación arbitraria de la historia. Lo único que demuestra el esquema salvajismo-barbarie­-civilización, inventado sobre el rebuznante criterio del desarrollo técnico como medida de la inteligencia, es que nuestra cultura concede más importancia al abrelatas eléctrico que a la Ilíada, actitud que hace superfluo cual­quier comentario. Por primera vez en la historia de la humanidad, hay una civilización lo suficientemente zafia y soez como para reducir la inteligencia a la capacidad de solventar unos problemas que los animales resuelven por instinto.

Se juzga a todas las culturas según los criterios de la propia, como si todos los hombres hubieran tenido siempre la misma percepción del mundo, como si todas las ci­vilizaciones tuvieran la obligación de plantearse nuestras metas espurias y utilizar nuestros métodos megalo­maníacos, y la insensatez propia debiera ser la norma universal. Se identifica a cualquier cultura con detalles incomprendidos de su legislación, sin entender que una civilización es una red dinámica de compensaciones y que las pautas culturales no pueden examinarse aisladamente, sacándolas de su entorno v valorándolas como si de súbito hubieran cobrado existencia en el medio del que las juzga, pues sólo adquieren sentido en su lugar natural, dentro del conjunto que las integra y desde el contenido que les otorgan sus propios fundamentos; lo que no implica un relativismo cultural absoluto, sino la existencia de una pluralidad de interpretaciones diversas de unos mismos principios metaculturales, expresión de una sabiduría universal y perenne, que Occidente, deslumbrado de manera narcisista ante el espejo que refleja su vacío esplendor, no sólo no percibe, sino que pretende sustituir orgullosamente por los suyos.

Un sistema que ha hecho del mundo un mercado, que convierte las catástrofes ecológicas en rutina, que condena a la miseria y a la muerte a gran parte de la población mundial, que periódicamente desencadena guerras por doquier y que todo lo uniformiza según los estúpidos criterios del modo de vida americano no puede seguir mereciendo la consideración de «civilización»: en realidad, no pasa de ser una sofisticada forma de barbarie. Nuestro estilo de vida podrá ser cuantitativamente esplendoroso, pero es cualitativamente bárbaro y despreciable.

La forma de vida refleja y manifiesta de manera precisa en sus múltiples aspectos la irracionalidad inherente a los presupuestos que la inspiran; incluso dejando a un lado guerras y catástrofes, nuestro mismo funcionamiento «normal» parecería el de un asilo de dementes incurables a los ojos de una mente equilibrada, no insensibilizada por la rutina que conforma y deforma imperceptiblemente las conciencias. El absurdo continuado en que se ha instalado la vida del hombre moderno sólo se hace socialmente soportable desde la carosis y el acorchamiento del individuo medio, incapaz del más tenue estre­mecimiento ante la sinrazón de los actos que cotidia­namente realiza.

Se considera lógico, por ejemplo, plantearse el mover una masa de hierro de más de una tonelada para desplazar a una persona que pesa veinte veces menos y que tiene movilidad por sí misma. Y para ello se instauran unos medios de transporte que dejan cada día más muertos en las carreteras que una guerra, que exigen el desplazamiento de millones de toneladas de materias primas, o la instalación de complejos industriales de dimensiones gigantescas: todo eso para poder recorrer cada día el camino que le lleva a uno de su casa al trabajo.

Este colosal trasiego de cosas y personas alcanza el ápice de su insensatez en esa singular actividad llamada «turismo», manía obsesiva que impele a unos despla­zamientos regulares más o menos dificultosos, o hasta angustiosos, aparte de arriesgados, para escapar a la menor oportunidad del lugar en que se vive. Al hecho de atarse a una silla, en una aséptica cámara plastificada, y aparecer pocas horas después en la otra punta del globo se le llama ahora «viajar». Esta obsesión por escapar de la cotidia­neidad e introducir novedades externas en la vida revela algo que el turista no sospecha: que de lo que realmente está hastiado es de sí mismo, molesta compañía que le sigue con fidelidad implacable a donde quiera que vaya. Pero como cambiarse a uno mismo es complicado, se opta en su lugar por cambiar el escenario. Esta voluntad de huir incesantemente de su sombra expresa la ineptitud y el miedo ante la única aventura digna de ser vivida: ahondar en el sentido de la propia existencia.

Como si la medicina la hubiera inventado la modernidad, se la presenta como insignia y evidencia concluyente del progreso. Olvidando que la estadística, ciencia cuantitativa por antonomasia, es una creación del siglo xx, se pretende comparar cifras actuales de duración de la vida con «datos» imaginarios de épocas remotas, suponiendo siempre que el objetivo de la vida es prolongarse y no dotarse de significado. Sea o no cierto que aquellos a quienes aman los dioses mueren pronto, cifrar el sentido de la existencia en su prolongación es como valorar un cuadro por sus dimensiones: expresión pura de los principios imperantes en el reino de la cantidad. Se imaginan superadas oscuras epidemias de tiempos pasados, pretendiendo ignorar las nuevas enfermedades antes inexistentes, las catástrofes «naturales» que se suceden con frecuencia inusitada, el hambre y la miseria generalizadas en vastas áreas del globo o la incontenible difusión de la violencia que esa forma de vida produce. Se ha acabado con la peste, pero para lograrlo se ha generado un sistema que está consiguiendo acabar con el planeta. Como decía Cioran, si antes moríamos por nuestras enfermedades, ahora morimos por nuestros remedios.

La medicalización absoluta de la enfermedad, a la que se supone ciego producto del azar, la expropia de todo significado, y la vida pasa a ser un combate sin sentido, porque perdido de antemano, por su imposible perpe­tuación. Conclusión: la angustia, la depresión y todo tipo de perturbaciones del alma crecen a ritmo acelerado ante una existencia que, ajena a cualquier transcendencia, deviene -cuando no es un divertimento banal y a la larga frustrante- un despropósito monstruoso y cruel que no resulta fácil de ocultar. El hombre antiguo, probado por los dioses, se enfrentaba, llegado el caso, a un destino adverso, y moría, si era preciso, en el empeño. Actualmente, ante la más banal de las contrariedades -o ante la vaga intuición de la vaciedad de la vida en el mundo moder­no-, el hombre actual se deprime, es decir, patologiza su mediocridad como vía para escapar a cualquier respon­sabilidad. La psicologización de la vida individual exime al individuo supuestamente enfermo de toda obligación, abrumado por una realidad que le impide cualquier iniciativa y que lo pone en manos de «profesionales expertos», es decir, de quienes participando de su misma miseria e ignorancia han aprendido la fórmula para ocultársela a sí mismos. Así se inventa al enfermo, así se genera la patología: es la psicologización de la existencia la que crea la enfermedad mental generalizada.

Y como el mundo construido con tan espectaculares progresos en materia sanitaria es rigurosamente insalubre, nos enfrentamos ahora, como reacción inconsciente, y por ello mismo fuera de toda medida, a una paranoica preocupación por el cuerpo y la salud, amén de una ma­niática obsesión, metafísicamente reveladora, por la higiene. Uno se pregunta cómo ha sido posible sobrevivir a un mundo sin fechas de caducidad, sin ducha diaria, sin controles de seguridad, sin chequeos regulares, con barro en las calles y agua del grifo para beber.

Marcados todavía por su herencia histórica, los sistemas educativos vacilan entre los bienintencionados prejuicios de un humanismo laico tan irreal como mutilado y las exigencias técnicas del sistema social que no demanda sino piezas eficazmente integrables en el esquema productivo. Las modernas técnicas pedagógicas con que los progresistas tratan de superar los métodos miopes de los conservadores bienpensantes de hace un siglo, abocan a resultados calamitosos. Se confunde el autoritarismo con el reconocimiento de la autoridad, el aprendizaje rutinario con la facultad de la memoria, se sustituye el esfuerzo por las actividades «lúdicas», la constancia por la «creatividad», la obediencia servil por la legitimación del desorden, y así se consigue que los modernos programas educativos no generen más que indolencia, irrespon­sabilidad y una inepcia generalizada que sería difícilmente superada si se abandonara a cada escolar a su suerte. La escolarización obligatoria y la enseñanza igualitaria son las bases para la democratización de la ignorancia, una similar estulticia puesta por igual al alcance de todos. Los actuales pedagogos, extraviados en el verborreico vaniloquio que generan sus nuevas técnicas de altisonantes nombres para no se sabe qué desarrollos integrales, se olvidan de enseñar que dos y dos son cuatro y que burro se escribe con be. Los métodos que ahora se quieren superar no eran, sin duda, los mejores, pero cuando todavía se suponía que había unos que podían enseñar y otros que tenían que aprender, cuando el respeto por el conocimiento generaba de manera natural la autoridad, cuando el esfuerzo y la exigencia personal eran las claves ineludibles de toda formación, se llegaba, al menos, a la universidad sabiendo leer y escribir.

La estructura familiar como vínculo con la tradición y con la historia, con un tiempo que se perpetúa más allá de la vida individual, posibilitando la integración en el cosmos orgánico del que la persona forma parte, se ha convertido en contingencia negociable en el Estado liberal­-burocrático, una cuadrícula que rellenar entre otras en el impreso de la declaración de la renta. La valoración ególatra de los deseos individuales por encima de cualquier otra circunstancia hace de la familia, célula natural de la vida colectiva, una estructura supuestamente superada, ideológicamente desfasada, que puede disolverse y desintegrarse a voluntad cuantas veces se desee. La dispersión en el espacio y la aceleración de los cambios facilita el desvanecimiento de los vínculos naturales que sitúan al ser humano en su espacio y en su tiempo, y las relaciones humanas se transforman en pactos mercantiles, cuantitativos y transitorios, sustituibles por otros cuando sus intereses caprichosos lo demandan. Las consecuencias: violencia doméstica, hijos desarraigados y viejos arrin­conados como trastos inservibles en residencias-almacenes.

El hogar, microcosmos en que se desarrolla la unidad familiar, locus mediador para la construcción de la persona y su integración en la comunidad, era una imagen del templo en el esquema de vida de los mundos tradicionales, y su cuidado, una función sagrada, actividad demiúrgica cargada de significado y de belleza. Transformadas ahora las casas en «máquinas para vivir», habitualmente celdas a las que se supone funcionales en colmenas que no albergan más que conflictos egoicos entre sexos y generaciones, su cuidado mecanizado, y por ende desprovisto de sentido, es una condena que las mujeres, sin duda, no tienen por qué sufrir más que los hombres, una pesada carga no tanto por su dureza intrínseca cuanto por su pérdida de significado y por su inferior valoración social al no ser una tarea «productiva».

El trabajo ya no es la actividad que permite al ser humano realizar su peculiar forma de ser e integrarse en la comunidad mediante un intercambio de funciones personales dotadas de sentido, sino una actividad extrañante que le fija como pieza indistinta a la maquinaria ciega de la productividad y el consumo. La vocación -concepto que transciende con mucho sus determina­ciones laborales-, es decir, la inclinación natural de cada persona a orientar su vida por unas vías y no otras, queda abolida ante la igualdad por decreto y la movilidad laboral. Puesto que todos somos iguales, todos podemos hacer de todo y la realización de la vocación individual se reemplaza por la especialización anónima e indiferenciada, donde la elección viene determinada, directa o indirectamente, por las imposiciones de la sociedad industrial y no por las legítimas inclinaciones personales. La actual obsesión por la personalización -presente incluso en espacios donde impera la impersonalización absoluta, como la infor­mática- es la mistificación fraudulenta mediante la colocación de un nombre o una máscara vacía que no anuncia, sino que sustituye, al ser real que podría en­contrarse detrás.

La fiesta, que en las comunidades tradicionales es la vía ritualizada para la expresión natural de una alegría compartida, desaparece ante la programación social del mercado del ocio, que impone las vías para la expansión del individuo, siempre desde el imperativo omnipresente del consumo y transformándose, en sus márgenes incon­trolados, en ocasión para la extralimitación salvaje y el exceso autoaniquilador. La felicidad radica en sentir que lo que se hace tiene un significado eterno, pero, incapaz de traspasar el ámbito de lo instantáneo, la mentalidad moderna la degrada en diversión o placer, adulteración especiosa de la alegría que, pasada por el rodillo de la inmediatez, se convierte en valor social y objetivo vital. La frustración que ello produce al individuo da lugar a la búsqueda frenética de una imposible felicidad, alimentada por la insatisfacción que el propio equívoco genera, pues, empecinado en una dirección equivocada, cuanto más la busca, menos la encuentra, conflicto que se aspira a superar haciendo de la sociedad un agregado de zombis más o menos satisfechos con seguridad social y derecho a vacaciones, incapacitados para la felicidad pero que tampoco podrán afligirse por la desaparición de lo que ignoran.

Dos tendencias dominan de forma complementaria los comportamientos sociales del hombre moderno: el individualismo egoico -corrupción de la libertad y la responsabilidad personal- y el gregarismo uniformizante -corrupción de la solidaridad comunitaria-, que se articulan entre sí para generar un egoísmo de masas y un individualismo gregario, equilibrio de la insensatez que se plasma especialmente en mecanismos de cohesión como el fenómeno de la moda, verdadero culto al ídolo de la transitoriedad y la exterioridad, que da a la sociedad el aire de un carnaval perpetuo, patentizando la decadencia de un mundo que exhibe sin inhibiciones la vanidad que hasta hace no mucho tenía, al menos, el pudor y la decencia de ocultar.

Diestra en ejercicios de malabarismo moral, la sociedad actual transmuta el vicio en virtud con la sola condición de que sea pregonado a los cuatro vientos, confunde la desfachatez con la sinceridad, la espontaneidad con la interiorización acrítica de valores prefabricados, condena toda inhibición como axiomáticamente mórbida, ensalza el permiso autoconcedido para la caída en el vacío como actitud liberadora y hace del exhibicionismo de la vileza condición digna de loa y de respeto. Nada de extraño, pues, en que fenómenos de masas, como la moda o los espectáculos deportivos, a los que hasta hace poco se les reconocía implícitamente una cierta intranscendencia, se promuevan al rango de respetable expresión cultural, con el beneplácito, al menos implícito, de buena parte de la intelectualidad; y así un desfile de modelos puede ser un acontecimiento cultural tan importante, si no más, que la representación de una obra de Esquilo o de Shakespeare.

Expresión nítida de la instantaneidad que atomiza las vivencias en el mundo moderno, la relación con los objetos se convierte en asociación pasajera y estrictamente instrumental: todo ahora se fabrica para usar y tirar o -según la pulcra variante ecologista- para usar y reciclar. Atrás quedó el tiempo en que las cosas se transmitían piadosamente como herencia espiritual, cargadas de pa­sado y, por ello mismo, portadoras, a la vez, de un mensaje intemporal: todo se tira y se reemplaza. La legítima identificación con los objetos basada no en la cosificación de las personas, sino en la personalización de unas presencias cargadas de historia y de sentido -en definitiva, de alma-, es una relación que, lejos de alienar, alimentaba la vida espiritual. Pero para ello el objeto exige belleza en su creación, nobleza en su funcionalidad, capacidad de impregnación y tiempo de vida. Nada de eso existe en los materiales sintéticos, ni sobrevive a la fabricación en serie, ni es compatible con las necesidades del mercado, así que la relación con los objetos se reduce a un afán de acumulación cuantitativa y uso funcional, mera sensación de posesión que invierte, con su mecanismo diabólico, la relación entre poseedor y poseído: un continuado flujo de objetos asépticos e impermanentes se apropia subrepti­ciamente de un sujeto esclavizado, obligado a su utilización, que no puede prescindir de los efímeros y demenciales cachivaches y trebejos que su vesania genera.

Los cambios acelerados en la forma de vida, en un medio en el que todo debe ser continuamente renovado, privan al hombre de cualquier cosa estable en la que reconocerse y recordarse a sí mismo: todo en el mundo actual le incita al olvido de sí. Son las acciones elementales de la vida, realizadas en la sencillez natural de sus ritmos pausados y con el esfuerzo que naturalmente implican, las que hacen posible -como condición no suficiente pero sí necesaria- sacralizar la vida, es decir, eternizarla. Y eso es posible porque esas acciones llevan su tiempo, tiempo necesario para que el sujeto adquiera conciencia de sí mismo en el acto de estar presente a su propia existencia, conciencia triturada ahora en el acto mecanizado, refractario por naturaleza al recuerdo y que fragmenta la duración en mera sucesión de instantes discontinuos a los que ningún dios religa.

El progresismo, arrasando los fundamentos culturales y metafísicos de la tradición, ha dinamitado un mundo reduciéndolo a cenizas y pretende ahora fabricar otro a golpe de ciencia y tecnología, de productividad y principios democráticos, ignorando que un mundo no se inventa, pues no es un cacharro sino un ser vivo; lo que su resquebrajada razón puede alumbrar no pasa de ser una hueca fantasmagoría, un golem tecnológico -imagen invertida del ser cósmico de cuyo cuerpo se formó el mundo en las antiguas mitologías-, en cuyo interior no late un alma sino el vacío acumulado por los últimos siglos de la historia humana."