jueves, 31 de agosto de 2017

Oda

 Esas formas del placer peregrino
 que inundan la tierra
 con el canto del cielo
 y las voces de la conciencia alada.
Esas voces misteriosas y diáfanas.
Esa muerte que de tan cercana
ya es amiga.
Los sabios y las sabidurías inmortales
la espada que afila la vida y el sentir
la llama de la palabra y del sonido
las armonías del intelecto.
Ese placer en el mundo:
leer la divina comedia de Dante
mientras escuchas la música sacra de Mozart.
Crear pensamiento
con la Palabra Santa
y hacer la guerra del Caballero.
¡Gloria del peregrino!
¡la Gema de Dios y de sus ángeles!
¡Gloria!

 Voz Valldense

domingo, 27 de agosto de 2017

El viaje del anillo





Tendríamos que volver sobre ello más adelante, de momento es menester apuntar algo sobre la historia de Frodo y el Anillo según la conocimos en la versión cinematográfica de Peter Jackson. Catorce años después de su paso triunfal por las salas de cine, parece que la que en otro tiempo fue una trilogía muy popular ya no lo es tanto, y surge la cuestión de por qué no se ha convertido en un clásico. Los atentados del 11 de septiembre del año 2001 abrieron una nueva etapa espiritual y estética para el mundo (según el enfoque de algunos analistas) y, sencillamente, fantasías tan “maniqueas” e inocentes como la de Tolkien quedan al margen de las nuevas necesidades y exigencias de una sociedad decadente. A diferencia de otras sagas populares que sí han sobrevivido a los cambios ( como el caso de Harry Potter o de Star Wars ), la trilogía de Peter Jackson
presenta una radical separación entre el Bien y el Mal, sin apenas matices, y lo hace además utilizando trazos muy gruesos en la creación de los caracteres que representan uno y otro bando: el Bien aparece personificado en la belleza nórdica de hombres, Elfos, Hobbits y ancianos de barbas blancas, y el Mal en la tosca fealdad de los orcos. La sociedad camina hacia un mundo de mixturas y confusión moral y estética, donde el bien y el mal se disuelven en esta confusión de mensajes y de signos. Es por eso que, por ejemplo, The Dark Knight (Christopher Nolan, 2008), responde mucho mejor al paradigma actual. Sea como sea, seguramente la trilogía que ahora nos ocupa forma parte de ese cine de culto cuyos signos pueden ser apreciados en su atemporalidad, independientemente de las necesidades de la industria, de la cultura y de los imaginarios dominantes. Cuentan los eruditos ( véase este artículo ) que Jackson no supo traducir a formas cinematográficas todo el sentido metafórico de la obra literaria de Tolkien, lo cual parece obvio, pero en ese caso perderíamos de vista lo esencial, que es la efectiva transmisión de una historia que nos remite a los valores eternos de Belleza, Justicia, Tierra, lucha contra el Mal, sangre y sacrificio, amistad y fraternidad. ¿Es más importante la elaboración conceptual y estética, que la efectiva transmisión de esos valores, aunque ello sea a costa de aceptar que estamos ante un blockbuster dotado de cualidades narrativas o estéticas muy esporádicas?. Sí, a efectos del estudio que aquí nos interesa. Jackson se valió de la extraordinaria cualidad emocional y arquetípica de la historia y de los personajes. Cuando una historia cava tan profundo en el alma de niños y de adultos con la capacidad de llenarla de maravillas, la forma de ejecutarla pierde relevancia. Aún así, dicen algunos, todo fue en balde tras el 11 de septiembre.

Precisemos algunos de los significados principales. El anillo de poder es un símbolo del pecado que a todos nos ata en las tinieblas y, a la vez, una materialización del Mal. La Misión de Frodo consiste en un largo y peligroso viaje hacia las tinieblas con el objetivo de arrojar el anillo a las Grietas o el monte del Destino, a los fuegos purificadores, la única forma de destruir el Mal para siempre. Cada hijo de Dios tiene su misión, su Destino, es decir, un recorrido y un viaje personal conforme al poder que Dios le ha dado con el objetivo de destruir el pecado en su propia vida y en la de quienes a él se allegan. Por tanto, cada hijo de Dios es un portador del Anillo. La vida es un recorrido de partida y regreso en el que tras el dolor y las lágrimas en los valles oscuros de Mordor (el presente siglo) viene la recompensa de una tierra de Luz (la vida futura en la eternidad), verde y apacible, eterna y ya libre de pecado para siempre. Y, para el recuerdo, la imagen imborrable de los profundos ojos azules de Frodo ( interpretado por Elijah Wood ), los ojos de la inocencia en otra encarnación más del tonto- casto, del miedo, y de la fragilidad, siempre enfrentados a la rojiza llama del Gran Ojo de Sauron.







lunes, 21 de agosto de 2017

De los atributos de Dios

 Un proyecto cultural y social muy necesario, ahora y siempre.




"Nos gusta lo grande, lo claro, lo bello y transparente. Nos gustan las montañas con sus inmensos espacios abiertos, su aire fresco y puro y la soledad con lo esencial. Nos gustan los niños, las chicas femeninas y bonitas, la sensibilidad en el arte, la tensión del deportista y la fortaleza del guerrero. Nos gustan los campesinos que cuidan y aman la tierra. Nos gusta el trabajo bien hecho y las virtudes que todo un pueblo debe conseguir día a día. Nos gusta la puntualidad, el bien hacer y la gente que trabaja cantando. Nos gusta la Navidad, celebrada con recogimiento e intimidad alrededor de lo más sagrado. Nos gustan los rostros nobles y sanos de una juventud emprendedora con corazones fuertes y cuerpos espléndidos. Nos gusta la nobleza transparente de nuestro fiel perro. Nos gusta la gente amable y ayudar a los demás. Nos gusta en fin, todo aquello que de uno u otro modo forma parte de la identidad de Dios. Porque, ¿cómo podemos definir sino tantas y tantas cosas importantes cuyo aprecio nos viene directamente del sentimiento y la intuición? El Nacionalsocialismo es pues, parte de la identidad del Todopoderoso. "

Pedro Varela, extracto procedente de la desaparecida revista CEDADE.
Fuente: http://es.metapedia.org/wiki/Revista_Cedade


miércoles, 2 de agosto de 2017

Prefacio : En defensa del Espíritu y de la Verdad





Con alegría te encuentro de nuevo, oh, patria mía,
con gozo saludo a los verdes prados;
dejo ya mi báculo de peregrino, pues,
humillado ante Dios, he peregrinado


Estoy en paz con el Señor
a Él se rinde mi corazón
Él me ha bendecido
a Él elevo mi canto

La gracia de la salvación has concedido al penitente
he conocido a la bendita paz,
no temo a la muerte ni al infierno,
alabaré a Dios por el resto de mis días

¡Aleluya! ¡Aleluya!
¡Es la eternidad! ¡Es la eternidad!

Coro de los peregrinos, de la ópera “Tanhauser” de Richard Wagner



PREFACIO

El Señor viene. He ahí la raíz y el destino final, lo cual inspira este manifiesto sobre la divinidad y su relación con la cultura humana. Hace más de cien años, en torno a 18441, sucedió el mayor acontecimiento de la edad moderna, aunque sólo unos pocos, con el transcurrir de los años, fueron conscientes de ello, y aún hoy en día sigue siendo un conocimiento restringido, pues éste no puede darse sin la Fe. Por aquel entonces se produjo el desello final de la profecía de Daniel, haciendo que la realidad del plan de salvación divino quedara a la vista de todos los que buscan a Dios con corazón sincero. El juicio final comenzó, y empezó la cuenta atrás para la segunda venida del Mesías, un Rey de reyes que viene a este planeta para destruir a los impíos y conceder la vida eterna a los que creen que Él es el Camino, la Verdad y la Vida. Se produjo, en definitiva, un esclarecimiento sin parangón de la revelación de Dios contenida en su Santa Palabra, la posibilidad de contemplar la Historia universal desde el punto de vista de Dios y, en consecuencia, el plan de salvación se nos muestra comprensible a la luz de una mente racional que ahora puede conocer cómo termina la historia de la humanidad, y cómo ahora tenemos la ocasión de atender al llamado divino y entrar a formar parte de lo eterno. Es el fin del tiempo humano y el comienzo del tiempo de Dios, nuestro Rey. Pero, si bien es cierto que estamos sobre una tierra perecedera, y que toda creación, expresión y acontecer humano está casi a punto para su extinción, hay una verdad ( una verdad mucho menor, pero no menos valiosa ) a considerar: que la labor, la inspiración y la creatividad del ser humano son susceptibles de recibir la Luz que procede de lo alto. Y, hoy en día, en el contexto de ese “desellamiento” referido anteriormente, cuando la Palabra de Dios aparece al entendimiento más clara y rotunda que nunca, podemos pensar que no existe ningún ámbito de la vida sobre el cual no arroje su Luz, especialmente en el campo de las letras y las humanidades. Son las disciplinas que han conformado y construido el “espíritu” del mundo humano, sus reglas, su moral, sus proyectos, ensoñaciones y esperanzas. Sócrates, Platón, Aristóteles, Homero, Séneca, Wagner, Chateaubriand, Dante, Petrarca, la lírica y la épica medieval, Kant, Heidegger, etc, son reflejos, luces menores alimentadas por una Luz mayor. Y son menores porque la Luz que contienen, siendo siempre eterna y verdadera, aparece corrompida por causa del egoísmo humano, mezclada con los paradigmas que son fruto de las vanidades y de nuestra condición luciferina y pecadora. En otro tiempo, consideramos que la cultura ( y lo mismo podían ser las creaciones “pop” que la llamada “alta cultura” ) era el único y verdadero medio con el que elevar nuestra existencia más allá de la mera supervivencia, cultivar el espíritu, alimentar el alma. Al descubrir y finalmente creer en la revelación de Dios, en un principio nos rendimos ante la permanente imagen de la “vanitas”. “¿Para qué seguir con todo esto?”. Lo cierto, no obstante, es que de lo que se trata es del descubrimiento del Espíritu y de la Verdad en una sociedad que niega la Verdad, que vive de espaldas a Dios y, en consecuencia, rechaza al Espíritu, que no es el espíritu del mundo sino el mismo Espíritu de Dios, al cual podemos acceder a través de esas pequeñas luces divinas que están en el corazón de las creaciones del hombre, pues el motivo abisal del arte y de la cultura clásica es la necesidad de relacionarse con la eternidad. Hágase tu Voluntad, en la tierra como en el cielo...Empezamos a vivir la eternidad aquí en la tierra por el poder del Espíritu Santo.

¿Qué es la Verdad?. Después de la ilustración del siglo XVIII, de la “muerte de Dios”, del evolucionismo de Darwin ( el cual triunfó ideológica e institucionalmente en el siglo XIX ), después de Derrida y del relativismo imperante, resulta difícil defender una Verdad, pero es la que fue, la que es y la que será, es decir, esos valores eternos presentes en el espíritu humano y en sus creaciones, y que tienen su origen en el Espíritu de Dios. Orden, valor, nobleza, castidad, belleza, humildad, servidumbre ( o la disposición permanente a servir al Rey y al prójimo ), Fe en lo invisible, disciplina, templanza, fraternidad, sacrificio, perseverancia, salud, redención ( o transformación del espíritu ), cortesía, patria y hermandad o comunidad. Amar a la virtud y a la justicia es amar a Dios o, como dice el evangelista, la suma de toda la Ley es ésta: amar a Dios, y al prójimo como a ti mismo.
No queremos hacer teoría o fórmulas filosóficas. Cuando hablamos del Espíritu nos remitimos a una práctica totalizante, pues Dios ha de dirigir nuestro pensamiento y conducta en todas las facetas de la vida. Ello, evidentemente, tiene consecuencias políticas y sociales, pero entendemos que Dios no es una ideología y, por tanto, no debemos evangelizar utilizando la apología o la propaganda, pero sí podemos formar grupos movidos por la Fe con el objetivo de instruir a la sociedad en el orden divino. No podemos cambiar la sociedad, eso está en manos de Dios, pero sí mejorarla. No podemos participar del orden social vigente ( que es, en todo tiempo y lugar, un orden humano ) pero debemos estar y vivir en sociedad. La batalla es contra el espíritu del mundo ( las “huestes espirituales del aire” ) no contra personas ni organizaciones. A menudo nos parecerá contradictorio y difícil: estar en el mundo, y a la vez no ser del mundo. Pero la Palabra de Dios nos da la instrucción y las “pistas” sobre cómo llevarlo a cabo. Al mundo guerra/ a Dios la Gloria/ y al hombre la pena. Consiste en alcanzar un equilibrio, sin dejar de ser la más radical de las posiciones.

El texto va dirigido en especial a las personas implicadas en las humanidades y la educación. Desde 1945, con la sucesiva hegemonía mundial de las élites liberal-capitalistas y la gigantesca expansión y democratización de la tecnología y del conocimiento, se ha producido un declive de la moral y del saber, pues, en razón de lo expuesto, no hay otro saber que aquel que tiene su raíz en la Palabra de Dios. Se ha producido una paulatina destrucción del alma humana y cada persona se está convirtiendo en una “unidad de consumo”. Consumir y ser consumidos por la maquinaria. Los saberes clásicos, Grecia, Roma, Hispania, los nacidos a la Luz verdadera que inspira y brilla desde Jerusalén hasta las columnas de Hércules ( la del mare nostrum y el Egeo ), la que ilumina a Europa y a su fiel descendencia, no dejan de ser ese corpus conocido como “humanismo cristiano”, es decir, la filosofía pagana que contamina la Luz divina, pero en virtud de esa filiación con lo divino, en virtud del peso de los siglos y de la tradición, y, sobre todo, sabiendo que Dios da libre albedrío para creer o dejar de creer en su autoridad como Señor y creador de nuestro mundo y del venidero, conociendo su infinita misericordia, pues Él da comida, satisfacciones, calor y cobijo a miles de seres humanos que no quieren creer en Él y que incluso lo insultan a diario, lo mejor que podemos hacer es enseñar a construir una vida sobre el fundamento de los verdaderos valores, darle al mundo, dentro de sus límites y de su laicidad ( perfectamente legítima y respetable ) la mejor vida posible. Porque, eso sí, la verdadera virtud es una, y no entiende de opiniones, ideologías o gustos. Tampoco reside en el pasado ni en el futuro. Desde Homero hasta Heidegger, es un presente eterno, pues aunque el mundo cambia, la Verdad, la Ley de Dios, es inmutable.





1 Ver la historia de Guillermo Miller y del “gran chasco” vivido por quienes formaron parte del movimiento “millerita” en el siglo XIX.