miércoles, 2 de agosto de 2017

Prefacio : En defensa del Espíritu y de la Verdad





Con alegría te encuentro de nuevo, oh, patria mía,
con gozo saludo a los verdes prados;
dejo ya mi báculo de peregrino, pues,
humillado ante Dios, he peregrinado


Estoy en paz con el Señor
a Él se rinde mi corazón
Él me ha bendecido
a Él elevo mi canto

La gracia de la salvación has concedido al penitente
he conocido a la bendita paz,
no temo a la muerte ni al infierno,
alabaré a Dios por el resto de mis días

¡Aleluya! ¡Aleluya!
¡Es la eternidad! ¡Es la eternidad!

Coro de los peregrinos, de la ópera “Tanhauser” de Richard Wagner



PREFACIO

El Señor viene. He ahí la raíz y el destino final, lo cual inspira este manifiesto sobre la divinidad y su relación con la cultura humana. Hace más de cien años, en torno a 18441, sucedió el mayor acontecimiento de la edad moderna, aunque sólo unos pocos, con el transcurrir de los años, fueron conscientes de ello, y aún hoy en día sigue siendo un conocimiento restringido, pues éste no puede darse sin la Fe. Por aquel entonces se produjo el desello final de la profecía de Daniel, haciendo que la realidad del plan de salvación divino quedara a la vista de todos los que buscan a Dios con corazón sincero. El juicio final comenzó, y empezó la cuenta atrás para la segunda venida del Mesías, un Rey de reyes que viene a este planeta para destruir a los impíos y conceder la vida eterna a los que creen que Él es el Camino, la Verdad y la Vida. Se produjo, en definitiva, un esclarecimiento sin parangón de la revelación de Dios contenida en su Santa Palabra, la posibilidad de contemplar la Historia universal desde el punto de vista de Dios y, en consecuencia, el plan de salvación se nos muestra comprensible a la luz de una mente racional que ahora puede conocer cómo termina la historia de la humanidad, y cómo ahora tenemos la ocasión de atender al llamado divino y entrar a formar parte de lo eterno. Es el fin del tiempo humano y el comienzo del tiempo de Dios, nuestro Rey. Pero, si bien es cierto que estamos sobre una tierra perecedera, y que toda creación, expresión y acontecer humano está casi a punto para su extinción, hay una verdad ( una verdad mucho menor, pero no menos valiosa ) a considerar: que la labor, la inspiración y la creatividad del ser humano son susceptibles de recibir la Luz que procede de lo alto. Y, hoy en día, en el contexto de ese “desellamiento” referido anteriormente, cuando la Palabra de Dios aparece al entendimiento más clara y rotunda que nunca, podemos pensar que no existe ningún ámbito de la vida sobre el cual no arroje su Luz, especialmente en el campo de las letras y las humanidades. Son las disciplinas que han conformado y construido el “espíritu” del mundo humano, sus reglas, su moral, sus proyectos, ensoñaciones y esperanzas. Sócrates, Platón, Aristóteles, Homero, Séneca, Wagner, Chateaubriand, Dante, Petrarca, la lírica y la épica medieval, Kant, Heidegger, etc, son reflejos, luces menores alimentadas por una Luz mayor. Y son menores porque la Luz que contienen, siendo siempre eterna y verdadera, aparece corrompida por causa del egoísmo humano, mezclada con los paradigmas que son fruto de las vanidades y de nuestra condición luciferina y pecadora. En otro tiempo, consideramos que la cultura ( y lo mismo podían ser las creaciones “pop” que la llamada “alta cultura” ) era el único y verdadero medio con el que elevar nuestra existencia más allá de la mera supervivencia, cultivar el espíritu, alimentar el alma. Al descubrir y finalmente creer en la revelación de Dios, en un principio nos rendimos ante la permanente imagen de la “vanitas”. “¿Para qué seguir con todo esto?”. Lo cierto, no obstante, es que de lo que se trata es del descubrimiento del Espíritu y de la Verdad en una sociedad que niega la Verdad, que vive de espaldas a Dios y, en consecuencia, rechaza al Espíritu, que no es el espíritu del mundo sino el mismo Espíritu de Dios, al cual podemos acceder a través de esas pequeñas luces divinas que están en el corazón de las creaciones del hombre, pues el motivo abisal del arte y de la cultura clásica es la necesidad de relacionarse con la eternidad. Hágase tu Voluntad, en la tierra como en el cielo...Empezamos a vivir la eternidad aquí en la tierra por el poder del Espíritu Santo.

¿Qué es la Verdad?. Después de la ilustración del siglo XVIII, de la “muerte de Dios”, del evolucionismo de Darwin ( el cual triunfó ideológica e institucionalmente en el siglo XIX ), después de Derrida y del relativismo imperante, resulta difícil defender una Verdad, pero es la que fue, la que es y la que será, es decir, esos valores eternos presentes en el espíritu humano y en sus creaciones, y que tienen su origen en el Espíritu de Dios. Orden, valor, nobleza, castidad, belleza, humildad, servidumbre ( o la disposición permanente a servir al Rey y al prójimo ), Fe en lo invisible, disciplina, templanza, fraternidad, sacrificio, perseverancia, salud, redención ( o transformación del espíritu ), cortesía, patria y hermandad o comunidad. Amar a la virtud y a la justicia es amar a Dios o, como dice el evangelista, la suma de toda la Ley es ésta: amar a Dios, y al prójimo como a ti mismo.
No queremos hacer teoría o fórmulas filosóficas. Cuando hablamos del Espíritu nos remitimos a una práctica totalizante, pues Dios ha de dirigir nuestro pensamiento y conducta en todas las facetas de la vida. Ello, evidentemente, tiene consecuencias políticas y sociales, pero entendemos que Dios no es una ideología y, por tanto, no debemos evangelizar utilizando la apología o la propaganda, pero sí podemos formar grupos movidos por la Fe con el objetivo de instruir a la sociedad en el orden divino. No podemos cambiar la sociedad, eso está en manos de Dios, pero sí mejorarla. No podemos participar del orden social vigente ( que es, en todo tiempo y lugar, un orden humano ) pero debemos estar y vivir en sociedad. La batalla es contra el espíritu del mundo ( las “huestes espirituales del aire” ) no contra personas ni organizaciones. A menudo nos parecerá contradictorio y difícil: estar en el mundo, y a la vez no ser del mundo. Pero la Palabra de Dios nos da la instrucción y las “pistas” sobre cómo llevarlo a cabo. Al mundo guerra/ a Dios la Gloria/ y al hombre la pena. Consiste en alcanzar un equilibrio, sin dejar de ser la más radical de las posiciones.

El texto va dirigido en especial a las personas implicadas en las humanidades y la educación. Desde 1945, con la sucesiva hegemonía mundial de las élites liberal-capitalistas y la gigantesca expansión y democratización de la tecnología y del conocimiento, se ha producido un declive de la moral y del saber, pues, en razón de lo expuesto, no hay otro saber que aquel que tiene su raíz en la Palabra de Dios. Se ha producido una paulatina destrucción del alma humana y cada persona se está convirtiendo en una “unidad de consumo”. Consumir y ser consumidos por la maquinaria. Los saberes clásicos, Grecia, Roma, Hispania, los nacidos a la Luz verdadera que inspira y brilla desde Jerusalén hasta las columnas de Hércules ( la del mare nostrum y el Egeo ), la que ilumina a Europa y a su fiel descendencia, no dejan de ser ese corpus conocido como “humanismo cristiano”, es decir, la filosofía pagana que contamina la Luz divina, pero en virtud de esa filiación con lo divino, en virtud del peso de los siglos y de la tradición, y, sobre todo, sabiendo que Dios da libre albedrío para creer o dejar de creer en su autoridad como Señor y creador de nuestro mundo y del venidero, conociendo su infinita misericordia, pues Él da comida, satisfacciones, calor y cobijo a miles de seres humanos que no quieren creer en Él y que incluso lo insultan a diario, lo mejor que podemos hacer es enseñar a construir una vida sobre el fundamento de los verdaderos valores, darle al mundo, dentro de sus límites y de su laicidad ( perfectamente legítima y respetable ) la mejor vida posible. Porque, eso sí, la verdadera virtud es una, y no entiende de opiniones, ideologías o gustos. Tampoco reside en el pasado ni en el futuro. Desde Homero hasta Heidegger, es un presente eterno, pues aunque el mundo cambia, la Verdad, la Ley de Dios, es inmutable.





1 Ver la historia de Guillermo Miller y del “gran chasco” vivido por quienes formaron parte del movimiento “millerita” en el siglo XIX.

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