miércoles, 3 de enero de 2018

Sonidos del Cielo




Dedicado a quienes creen que la mayor fuerza evocadora del sonido está en la melodía más sencilla. El ambiente es una de las claves en la guerra espiritual, y pueden existir tantos ambientes como diversas son las formas y los estilos de música, y así hablaríamos de formas de conciencia compartidas, generando comunidad y fraternidad sobre la base de una determinada visión de lo que ha de ser el mundo. Hoy cabe destacar una joya bastante olvidada, la composición creada en 1977 por el compositor Maurice Jarre para la película de Franco Zeffirelli. Aunque no escapa de un patrón muy de moda en la época ( las composiciones de Jerry Goldsmith principalmente ) estamos ante una creación que, aunque breve y reiterativa, tiene un inusual poder evocador de la historia antigua y del espíritu colectivo del antiguo pueblo judío. En una perfecta simbiosis entre sonidos de oriente y del occidente más cercano a Hollywood, la resistencia y la dramática lucha que el Maestro sufrió, la geografía y la luz de Palestina, el alegre caminar de los peregrinos a orillas del mar de Galilea y los cánticos orientales, todo ello, al escuchar estas partituras, forma un conjunto tan simple como diverso, en el que la alegría y el dolor hallan una unidad de experiencia y un sentir que llega y se instala en la mente de un oyente actual de forma extraordinaria. A destacar especialmente la importancia y la delicia de los instrumentos de viento, y cómo en algunos segmentos estos vertebran melodías que parecen dialogar y abrazarse con el propósito de expresar la belleza del Maestro y de la misión. En definitiva, esta es una joya ideal para todo aquel que busca al Maestro y necesita crear un determinado ambiente en el que la sensibilidad y los pensamientos están enfocados en la misión y en las cosas de Dios. Si percibes, estés donde estés, que el mundo hace demasiado ruido, esta música es escudo y adarga.

Lo perverso de la pintura abstracta

“No te harás imagen, ni ninguna semejanza de lo que esté arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni en las aguas debajo de la tierra. No te inclinarás a ellas, ni las honrarás; porque yo soy Jehová tu Dios, fuerte, celoso, que visito la maldad de los padres sobre los hijos hasta la tercera y cuarta generación de los que me aborrecen, y hago misericordia a millares, a los que me aman y guardan mis mandamientos" (Éxodo 20:4-6).

Atendiendo al primer mandamiento de la Ley de Dios resulta lógico pensar en la iconoclastia propia de la pintura abstracta. La radicalidad del "cuadrado blanco sobre fondo blanco" de Malévich venía a mostrar el fin de la pintura figurativa en beneficio de lo trascendente y absoluto; más allá de la materia y de las formas concretas de este mundo está Dios y lo eterno. Para historiadores del arte y los artistas tenía unas implicaciones obvias. Si la pintura ha de servir y honrar a Dios, Malévich alumbró un inicio del camino, aunque sea para terminar reconociendo que no somos dignos de representar las cosas del mundo, ni mucho menos las del mundo celeste. La imaginación sería un perverso instrumento del Adversario de Dios, así como la vía estética, y en consecuencia volveríamos la mirada hacia el desierto de los ascetas, la llamada vía ascética. Sin embargo, nos hemos topado con este libro, una lectura más que recomendable   que puede ayudarnos a despejar algunas incógnitas muy sustanciales. No es algo que no sepamos, pero era necesario tener una base teórica. El "vacío" y la "nada" no tienen relación alguna con el orden y el mandato de Dios de cara a protegernos frente a la adoración a falsos dioses y, en realidad, la pintura abstracta es una expresión de tipo gnóstico en el que la "nada" es, por así decir, el punto de partida desde el que podríamos generar una nueva estética o una nueva forma de vida en relación con Dios o con lo absoluto, relacionado con la vuelta al caos primigenio (Jackson Pollock era su profeta) desde el cual crear un nuevo orden. Son ideas gnósticas que tergiversan el mandato de la Palabra de Dios de forma muy sutil. Al contrario de ello, la Palabra enseña que el hombre no es ni debe pretender ser creador, puesto que crear es una facultad exclusiva de Dios, y sólo Dios es capaz de ordenar o crear algo a partir del caos y la nada. Por tanto, la imitación es la postura correcta para un arte noble y bello que glorifique al Creador por medio de la representación de lo bello y perfecto. El arte debe imitar a la Naturaleza y la originalidad es hija de la vanidad humana. No se trata de inventar algo distinto, sino de volver a poner ante nuestros ojos la Belleza que es de siempre y para siempre, recordándonos la excelsitud de nuestro Padre celestial. A Dios no le complace la "nada". Dios es orden y Razón eterna y universal, es decir, la forma concreta que refleje el orden divino. Concluyendo, pues, que la iconoclastia no es razonable en modo alguno, ya que en nuestra condición humana es imposible evitar los mensajes y las representaciones de la imaginación (la imaginación, una virtud del Cielo) pero sí podemos, y en ello nos instruye el primer mandamiento del decálogo, disciplinar la imaginación hacia imágenes de nobleza y verdad, y evitar la adoración de las imágenes y de lo creado.