miércoles, 3 de enero de 2018

Lo perverso de la pintura abstracta

“No te harás imagen, ni ninguna semejanza de lo que esté arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni en las aguas debajo de la tierra. No te inclinarás a ellas, ni las honrarás; porque yo soy Jehová tu Dios, fuerte, celoso, que visito la maldad de los padres sobre los hijos hasta la tercera y cuarta generación de los que me aborrecen, y hago misericordia a millares, a los que me aman y guardan mis mandamientos" (Éxodo 20:4-6).

Atendiendo al primer mandamiento de la Ley de Dios resulta lógico pensar en la iconoclastia propia de la pintura abstracta. La radicalidad del "cuadrado blanco sobre fondo blanco" de Malévich venía a mostrar el fin de la pintura figurativa en beneficio de lo trascendente y absoluto; más allá de la materia y de las formas concretas de este mundo está Dios y lo eterno. Para historiadores del arte y los artistas tenía unas implicaciones obvias. Si la pintura ha de servir y honrar a Dios, Malévich alumbró un inicio del camino, aunque sea para terminar reconociendo que no somos dignos de representar las cosas del mundo, ni mucho menos las del mundo celeste. La imaginación sería un perverso instrumento del Adversario de Dios, así como la vía estética, y en consecuencia volveríamos la mirada hacia el desierto de los ascetas, la llamada vía ascética. Sin embargo, nos hemos topado con este libro, una lectura más que recomendable   que puede ayudarnos a despejar algunas incógnitas muy sustanciales. No es algo que no sepamos, pero era necesario tener una base teórica. El "vacío" y la "nada" no tienen relación alguna con el orden y el mandato de Dios de cara a protegernos frente a la adoración a falsos dioses y, en realidad, la pintura abstracta es una expresión de tipo gnóstico en el que la "nada" es, por así decir, el punto de partida desde el que podríamos generar una nueva estética o una nueva forma de vida en relación con Dios o con lo absoluto, relacionado con la vuelta al caos primigenio (Jackson Pollock era su profeta) desde el cual crear un nuevo orden. Son ideas gnósticas que tergiversan el mandato de la Palabra de Dios de forma muy sutil. Al contrario de ello, la Palabra enseña que el hombre no es ni debe pretender ser creador, puesto que crear es una facultad exclusiva de Dios, y sólo Dios es capaz de ordenar o crear algo a partir del caos y la nada. Por tanto, la imitación es la postura correcta para un arte noble y bello que glorifique al Creador por medio de la representación de lo bello y perfecto. El arte debe imitar a la Naturaleza y la originalidad es hija de la vanidad humana. No se trata de inventar algo distinto, sino de volver a poner ante nuestros ojos la Belleza que es de siempre y para siempre, recordándonos la excelsitud de nuestro Padre celestial. A Dios no le complace la "nada". Dios es orden y Razón eterna y universal, es decir, la forma concreta que refleje el orden divino. Concluyendo, pues, que la iconoclastia no es razonable en modo alguno, ya que en nuestra condición humana es imposible evitar los mensajes y las representaciones de la imaginación (la imaginación, una virtud del Cielo) pero sí podemos, y en ello nos instruye el primer mandamiento del decálogo, disciplinar la imaginación hacia imágenes de nobleza y verdad, y evitar la adoración de las imágenes y de lo creado.    

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