domingo, 17 de febrero de 2019

A los vientos

                   
Cae fuego del Cielo
y nueva sangre sobre la tierra.
Espera un guerrero sin guerra
de rodillas en gran vuelo
velando por el tesoro.
Del infierno inerte
sube el rugido de Eos
y el hielo de la tierra
al alma le da muerte.
De rodillas revela sus alas
y el aire se torna llama
consumiendo hielo y muerte
escribiendo en oro y alegría:
"dichoso el hombre que camina
contra la corriente del mundo
hierve la sangre de euforia
con el viento en su cabello
y un nuevo nombre para la vida"  

Marcado por los dioses






Tú eres mis ojos.
Vosotros sois mi astucia.
Y tú eres mi fuerza.




Del año 1982, y bajo la influencia del Conan the barbarian de John Milius, retorna a nuestros días The Beastmaster, película dirigida por Don Coscarelli que en cierta forma selló la mente de muchos niños crecidos en aquellos tiempos, suscitando el interés por la mitología, las armas blancas y la historia antigua en unos casos o, en otros, directamente el vínculo con los "dioses" y las cuestiones relacionadas con el desarrollo espiritual del hombre. Si el clásico de Milius capta nuestro interés principalmente por su profundidad simbólica y filosófica, la película de Coscarelli - mucho más ligera y escueta a nivel de reflexión y símbolo - brilla por sus elementos estéticos y por cómo los utiliza  ( sin complejos y libre de toda corrección política ) para representar a las fuerzas del bien y del mal. Tras unos créditos de apertura en los que se alternan las imágenes del tigre y del halcón acompañadas por la memorable partitura de Lee Holdridge se nos presenta al sacerdote Mejacks y a su grupo de pitonisas conspirando contra el heredero al trono. Esa sección que transcurre bajo la atmósfera de tiniebla, la decrepitud física de los protagonistas, y el sonido amenazante de los vientos desemboca en la aparición de Dar, la belleza aria encarnada por Marc Singer, el bien que en un entorno campestre e idílico conforma la antítesis a la degeneración y el ambiente opresivo contra el que deberá luchar. Por lo demás, una historieta de aventuras, lúdica y no desprovista de sentido del humor, que gracias a ello no hace más que ser una romántica representación del heroísmo desde su elemento externo, lo físico y puramente animal como expresión de atributos del Espíritu. La presencia de Tanya Roberts complementa a un conjunto en el que predomina la celebración de la belleza del cuerpo masculino como signo de fuerza y nobleza de carácter. Y, no obstante, también en un plano más literal hallaremos estampas memorables y fascinantes, de la vida salvaje del hombre que convive con la fauna y el paisaje montañoso, la ninfea aparición de las mujeres bañándose en un lago, o ver a Dar bañado por la luz del sol en la cima de un montículo practicando esgrima con un tronco (¡estratosférico!) culminado en ese cierre donde hombre y mujer se besan en una cima acompañados por el viento y las fieras. En definitiva, su estética parece encontrar un extrañísimo equilibrio entre lo abrupto y una lírica bastante sofisticada.

Volviendo al inicio, y concretamente a los valores espirituales contenidos en el filme, el que la imagen del tigre y del halcón se conviertan, desde los créditos de inicio, en el sello particular de la película es la mejor brújula para sacarle provecho y disfrutarla más allá de su aspecto lúdico. El tigre correlaciona con la esbeltez física del protagonista, y es símbolo de fuerza. Pero debemos enfocar el entendimiento en el desarrollo de la fuerza interna, la que viene de Dios y conforme a la voluntad de Dios, no en la fuerza externa o meramente física. El vuelo del halcón, por otra parte, nos remite a una determinada percepción del espíritu, ver el mundo "desde las alturas", o sea, tener una perspectiva más amplia, acceder a los altos vuelos espirituales del hombre marcado por los dioses.     



       

miércoles, 13 de febrero de 2019

La Espada que vence al mundo



A lo largo de la historia sólo ha existido un hombre que haya vencido al mundo, no para someterlo a sí mismo, sino para darle la oportunidad de ser redimido aceptando al Creador y a aquél que es el Camino y la Vida verdadera. Vencer al mundo significa vencer nuestra débil y pecadora condición humana, la condición que es causa y origen de la maldad, la injusticia y las calamidades que afectan a nuestra sociedad, ahora y en todas las épocas. No obstante, a quienes libremente decidan creer en Jesucristo, por el poder de su Santo Espíritu, se les otorga una Espada de Vida y Fuego con la que también pueden vencer ( Juan 16: 33 ). La Palabra de Dios es pensamiento, el tesoro que abre la puerta al lugar santo donde la mente de Dios y la de cada creyente es una sola y la misma. El problema radica en la naturaleza de esa victoria que no proporciona éxitos o reconocimiento, sino la extinción del orgullo y, en cierto modo, del individuo socialmente meritorio y respetable, siendo esa Espada una forma de pensar que rompe la lógica humana. De entre las creaciones de la cultura humana pocas pueden contener tanta belleza y emotividad religiosa como El cant de la Sibil-la, una liturgia que, mediante la música gregoriana y la poesía, durante siglos ( al menos desde el siglo XV ) le ha recordado al mundo que existe un redentor que un día vendrá para consumar la verdad y el juicio que ya está en marcha. Pero aquí nos detendremos en el momento final de la liturgia, cuando la sibila levanta la Espada para mostrarla a la concurrencia. Desde el prisma litúrgico, la espada física representa a la Palabra de Dios, la única que, al santificarnos, nos libera de una condición y de un mundo cuyos días están contados. Levantar la espada supone una advertencia, por un lado, y por otro la oportunidad de que quienes la contemplan sean sellados con el sello de Dios, es decir, con la Ley y el Espíritu. Se requeriría la capacidad de abstracción, ir más allá del elemento físico y visible y encontrar la comunión con esa mente que vence a todos los demonios de la tierra.