miércoles, 14 de marzo de 2018

La Bandera


Iberriak, Hispania, Iberia, España... Son distintos nombres que se refieren a una misma patria. Una patria de patrias y una Historia que contiene muchas historias. La sustantividad de España tiene ese carácter trascendente que hace que su plasmación terrenal en una realidad geográfica y política sea un asunto irrelevante para el hombre que en verdad vive alimentándose del pan del cielo. España es un alma colectiva, construida con el paso de los siglos y mantenida por los creyentes de todas las épocas que han ido perfilando sus avatares y atributos de Nación, incluso aquellos que persisten aun hoy, en estos tiempos de extrema oscuridad. España no es un contrato social, no simplemente un Estado constitucional. España es religión, es una Herencia de siglos que aglutinaron letras, pensamientos y vidas de peregrinos y de guerreros. Esa es tu herencia y la mía. Una herencia que al ser sometida a las directrices de la Palabra de Dios, se ofrece a ser actualizada e interiorizada en la vida y el pensamiento de un hombre del siglo XXI y del tiempo del Fin. Fijémonos ahora en los colores de su bandera, un código visual que refleja su naturaleza: un esquema horizontal en el que el rojo abraza y contiene el amarillo del oro. El rojo de la sangre del sacrificio y el oro del Espíritu, en analogía con el sacrificio y la sangre del Señor y redentor del mundo. Cristo es el Sol dorado de Justicia y la estrella de todo nuevo amanecer. La bandera, pues, digamos que expresa una alegría del corazón. Ese sugestivo y bellísimo juego del color oro y del rojo forma parte también de las banderas de algunas de las principales nacionalidades históricas de España: Navarra, Castilla, Aragón, Países catalanes.  El espíritu de lucha y sacrificio por el prójimo y por los más débiles y desfavorecidos, por tanto, abarca a todas las patrias que forman el alma colectiva, una forma de ser, ni más ni menos. Y, en el centro, el águila de Juan evangelista ( el águila de San Juan según el tetramorfos de la tradición católica), el evangelio más radical de todos, indica los altos vuelos espirituales a los que está destinado todo aquel que cree en la Patria y en la Bandera. Pero, como enseñó el Maestro, para elevarse hay que descender. Que los símbolos y los signos no distraigan nuestro entendimiento, estamos hablando del Espíritu de Dios. De una forma de vida, la más elevada de todas, pues no hay ninguna verdad ni camino posible fuera de Jesucristo el Hijo de Dios.

¡Por Dios y por la patria!

martes, 13 de marzo de 2018

El saludo de los ancestros: amistad y reverencia

Saludo Hispano documentado
Arte ibérico de los siglos V-IV-III aC
Museo Nacional Arqueológico-Madrid

1933: Falange Española
José Antonio Primo de Rivera
Saludo Hispano recuperado

"El gesto implicaba un deseo de paz,
un ademán de amistad al mostrar la mano
libre de cualquier arma, dejando claro al interlocutor
que no había actitud peligrosa
y se hacía como saludo y deseo de prosperidad"





El saludo hispano

El brazo derecho recto, la palma de la mano hierática y hacia el suelo y con un trazo de unos 45 grados; he aquí el saludo que Falange introdujo tibiamente hacia 1933 y que se perpetuó en España como inequívoca señal del régimen franquista. El común de los españoles diría ante este gesto de recuerdos encontrados, (dicho desde la distancia histórica) que se trata de una copia que los españoles hicieron de sus “camaradas fascistas italianos”, y no faltarán los que aseguren que este saludo ultraderechista proviene del mundo militar romano.
Pero el origen del saludo, con toda una carga negativa y unas connotaciones de infausto recuerdo para buena parte de nuestra sociedad, no tiene nada que ver con Roma, con el fascismo y con la autoridad militar represiva, en tanto pudo haber nacido hace al menos 2.300 años. Lo vieron por primera vez los legionarios romanos acantonados en la Península Ibérica con motivo de las Segundas Guerras Púnicas, ese episodio bélico que duró casi 120 años (264146 aC) y que supuso el fin de los cartagineses como pueblo hegemónico del Mediterráneo y el comienzo de la Roma llamada a dominar el Mundo conocido.
En aquellas Segundas Guerras Púnicas, el líder cartaginés Aníbal se enfrentó valerosamente a la Roma republicana. Desde Hispania organizó su ejército y aprovechó el descontento que los nativos hispanos regurgitaban contra los romanos para asestar un golpe definitivo que devolviera al pueblo fenicio la gloria de los siglos pasados. El ejército de Aníbal estaba generosa y nutridamente formado por iberos, siendo el grueso de la caballería cartaginesa. Amílcar Barca será el primero que se fije en los fieros soldados iberos.
El ejército cartaginés se estructuraba en falanges, siendo la caballería ligera y pesada originaria de Hispania la más dotada y valerosa de todas. Entre los hombres de sus falanges ibéricas se extendió, a manera de saludo, la costumbre de realizar el gesto marcial de levantar el brazo con la palma de la mano hacia abajo y ésta, superando la cabeza, llevarla hasta una inclinación sobre la línea trazada por el cuerpo de unos 45 º, es decir, el saludo que todos relacionan con el franquismo español, proveniente del fascismo italiano.
Los romanos quedaron sorprendidos con esta forma de saludo que los iberos practicaban en Hispania. El gesto implicaba un deseo de paz, un ademán de amistad al mostrar la mano libre de cualquier arma dejando claro al interlocutor que no había ningún peligro ni actitud peligrosa y se hacía como saludo y deseo de prosperidad al saludado. Diversas estatuillas arcaicas de inspiración jonia, sin duda “exvotos” para fines religiosos y que en enterramientos iberos del siglo IV antes de Cristo ya aparecieron, nos dan idea que en el actual sureste español, los nativos, pueblos iberos que se relacionaron con los jonios y los etruscos, practicaron esta moda, este saludo extendido y realizado no sólo por los militares, sino por toda la ciudadanía, y prueba de ello es la estatuilla de mujer en bronce, procedente del Collado de los Jardines, conservada en el Museo Arqueológico Nacional de Madrid, así como otras piezas similares de la foto de arriba, y que vienen a constituir un gesto de saludo, sí, pero también de oración o adoración, dependiendo de cuándo y por qué se realizara.
Si en la actualidad, besarse en la mejilla, darse un abrazo o un simple apretón de manos es el saludo que practica todo el Mundo, en la España Antigua, era éste el modo de saludarse, desearse prosperidad e incluso se usaba en prácticas y ceremonias religiosas. No tardaron los soldados de Escipión, el gran militar romano que venció a Aníbal en Hispania, en llevarlo a la Península Itálica, haciéndose famoso y siendo desde entonces el más repetido entre cualquier ciudadano de Roma. De hecho, desde que las legiones que combatieron en Hispania en la Segunda Guerra Púnica, se licenciaron y los legionarios de las mismas lo siguieran utilizando entre ellos como un símbolo de identidad y corporativismo, el saludo fue extendiéndose a la totalidad de las legiones, y al resto de la población. Tal fue su alcance que acabó como saludo simbólico en actos oficiales de gran trascendencia, caso de las audiencias del César, los juramentos solemnes o como en la foto de arriba, convertida en símbolo de autoridad y señal de oficialidad de manos de los emperadores.
Roma cayó, pero el saludo que un día nació en Hispania se sigue usando con la finalidad de otorgar dignidad y privilegio al saludado. Es lo que ocurre en el año 1521, cuando en la ciudad alemana de Worms se celebra la Asamblea de los Príncipes del Sacro Imperio Romano Germánico, presidida por Carlos I de España, el Emperador. El 16 de abril de 1521, el fraile agustino iniciador de la reforma protestante comparece con el objeto de que se retracte de sus tesis. Y los príncipes y servidores de éstos, lo saludan a su entrada a la Asamblea con el conocido, “saludo hispánico”.
El saludo no se extingue. Prueba de ello es el cuadro que pinta el artista predilecto de la Francia de Napoleón, David (1784). Por encargo del entonces Rey, Luís XVI, se escoge un tema de la antigua Roma como estimulante patriótico y con una carga moralizante sin precedentes. Se trata de “El juramento de los Horacios”, en el que el saludo, mal llamado romano, está muy presente.
Será de nuevo David el que traiga a su obra el gesto por excelencia de Hispania de la que Roma se apropió e inmortalizó. En este caso, retrata uno de los episodios fundamentales de la historia francesa, el acaecido el 20 de junio de 1789 y que supondrá el inicio de la Revolución Francesa. Se reunieron los diputados franceses en la Sala de la Pelota, una construcción de 1686 pensada para que los miembros de la Corte se distrajeran jugando al "jeau de paume”, precedente del tenis o la pelota vasca. En esa reunión se fijó la necesidad de que Francia tuviera una Constitución y unas reglas que limitaran el poder real y dieran mayores derechos, concesiones y libertades al pueblo. Y en 1793 David, convertido ya en el pintor de la Revolución, plasma lo ocurrido años antes, cuando todos los presentes, frailes católicos y reverendos protestantes, revolucionarios, conservadores y en definitiva, la Francia entera acuerda llegar a un compromiso de tolerancia y entendimiento por el bien de la Nación, ocupando el espacio central el afamado Robespierre. Y todos, saludan a la manera hispánica, o como el no documentado diría: mediante el saludo romano.
En 1810, David recibe el encargo del mismísimo Napoleón para que ilustre, decore y argumente la gloria imperial de Francia y su propia figura como padre de la patria y héroe incontestable. Con motivo de su Coronación Imperial, David recibe el encargo de ejecutar cuatro lienzos de tamaño descomunal que perpetúen la gloria del Emperador, pero sólo lleva a cabo dos, el propio de la Coronación y el que tienen en la imagen de arriba, “La distribución de las águilas”, ejecutado en 1811 y que pretende retomar las costumbres de las legiones romanas. Napoleón reparte la nueva bandera con el símbolo imperial a los jefes de su ejército, que tienen que realizar un juramento hacia su Emperador. Y éste, se eterniza y representa mediante el mal llamado “saludo romano”, es decir, nuestro hispánico gesto.
1892. Francis Bellamy, ministro de la Iglesia Baptista y político socialista tiene la idea de celebrar el IV Centenario de la llegada de Colón a América con algún acto que subrayara la personalidad americana, naciendo así el “Juramento de Lealtad a la Bandera” con saludo brazo en alto. Cuando los americanos entraron en guerra con las potencias del Eje durante la II Guerra Mundial, el presidente Roosevelt prohibió el saludo a la manera que ya estaba haciendo Alemania. Sería en 1941, pero con todo, estuvo durante casi 50 años en vigor en los Estados Unidos de América.


1928. Mussolini siguió la ideología que D'Annunzio había pergeñado para Fiume en 1919, de forma que el poeta acababa de convertirse en el precursor del fascismo, incorporando todos los ritos y gestos públicos que el dictador italiano haría suyos: una economía basada en el Estado corporativo, largos y emotivos rituales nacionalistas, una distinción en la ropa de los seguidores fascistas, que en este caso era la camisa negra como símbolo, y una fuerte represión contra la disidencia, si hacía falta, y como signo externo más identificativo, saludarse entre sí y mostrar la adhesión al dictador y a lo que representa, mediante el “saludo hispano”, que no el romano.


1931. El Saludo REGRESÓ A ESPAÑA vía Italia para ser adoptado por los movimientos próximos al fascismo, como las JONS de Ramiro Ledesma Ramos.

1933. Al constituirse Falange Española de José Antonio Primo de Rivera, se incorporó a su simbología. La antigua "salutatio iberica" volvía a su cuna 2.200 años después, aunque bien es cierto que con una carga moral distinta.


1933. En Alemania era el famoso Heil Hitler (vitoreando a Adolf Hitler) el saludo de la Alemania nacionalsocialista, basado en el romano “Ave César”. Fue adoptado por el Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán (NSDAP), levantando el brazo derecho, en esta ocasión, unos 135º acompañado de las voces, “Heil mein Führer” o simplemente “Mein Führer”. La motivación para adoptar el “saludo romano” reside en hombres como Heinrich Himmler, jefe de las temibles y atroces SS, convencido de que el mal llamado saludo romano era originario de las tribus germánicas, puesto que en restos arqueológicos del siglo II parece que era la manera de rendir pleitesía a un nuevo caudillo germano tras su elección. Los nacionalsocialistas creian que la versión romana no era más que una versión nórdica de la raza aria y de esta forma la costumbre migró al sur de Europa donde se estableció con el saludo de Salve César. Los nazis, sin saberlo, apostaron por su historia que no era otra cosa que la copia de la historia hispana, acuñada 500 años. Algunos han observado en este “saludo hitleriano” una herencia de la coronación de los reyes germanos medievales, especialmente cuando los seguidores del nuevo caudillo, gritaban tras su proclamación "Heil" (Viva).


1937. En España perduró el saludo con carácter oficial desde 1937 (en la zona del Bando Nacional durante la Guerra Civil).



1943. Franco se separa de los ideales falangistas de primer cuño y deje de situar el “Saludo” como oficial y de obligatoriedad cívica, aunque bien es cierto que se siguió utilizando a lo largo de todo el régimen franquista.





viernes, 9 de marzo de 2018

La visión de Primo de Rivera

Discurso de José Antonio Primo de Rivera exponiendo los puntos fundamentales de Falange española, pronunciado en el Teatro de la Comedia de Madrid, el día 29 de octubre de 1933


Primo de Rivera, Nota «Discursos»


»Nada de un párrafo de gracias. Escuetamente, gracias, como corresponde al laconismo militar de nuestro estilo.

»Cuando, en marzo de 1762, un hombre nefasto, que se llamaba Juan Jacobo Rousseau, publicó El contrato social, dejó de ser la verdad política una entidad permanente. Antes, en otras épocas más profundas, los Estados, que eran ejecutores de misiones históricas, tenían inscritas sobre sus frentes, y aun sobre los astros, la justicia y la verdad. Juan Jacobo Rousseau vino a decirnos que la justicia y la verdad no eran categorías permanentes de razón, sino que eran, en cada instante, decisiones de voluntad.

»Juan Jacobo Rousseau suponía que el conjunto de los que vivimos en un pueblo tiene un alma superior, de jerarquía diferente a cada una de nuestras almas, y que ese yo superior está dotado de una voluntad infalible, capaz de definir en cada instante lo justo y lo injusto, el bien y el mal. Y como esa voluntad colectiva, esa voluntad soberana, sólo se expresa por medio del sufragio conjetura de los más que triunfa sobre la de los menos en la adivinación de la voluntad superior, venía a resultar que el sufragio, esa farsa de las papeletas entradas en una urna de cristal, tenía la virtud de decirnos en cada instante si Dios existía o no existía, si la verdad era la verdad o no era la verdad, si la Patria debía permanecer o si era mejor que, en un momento, se suicidase.

»Como el Estado liberal fue un servidor de esa doctrina, vino a constituirse no ya en el ejecutor resuelto de los destinos patrios, sino en el espectador de las luchas electorales. Para el Estado liberal sólo era lo importante que en las mesas de votación hubiera sentado un determinado número de señores; que las elecciones empezaran a las ocho y acabaran a las cuatro; que no se rompieran las urnas. Cuando el ser rotas es el más noble destino de todas las urnas. Después, a respetar tranquilamente lo que de las urnas saliera, como si a él no le importase nada. Es decir, que los gobernantes liberales no creían ni siquiera en su misión propia; no creían que ellos mismos estuviesen allí cumpliendo un respetable deber, sino que todo el que pensara lo contrario y se propusiera asaltar el Estado, por las buenas o por las malas, tenía igual derecho a decirlo y a intentarlo que los, guardianes del Estado mismo a defenderlo.

»De ahí vino el sistema democrático, que es, en primer lugar, el más ruinoso sistema de derroche de energías. Un hombre dotado para la altísima función de gobernar, que es tal vez la más noble de las funciones humanas, tenía que dedicar el ochenta, el noventa o el noventa y cinco por ciento de su energía a sustanciar reclamaciones formularias, a hacer propaganda electoral, a dormitar en los escaños del Congreso, a adular a los electores, a aguantar sus impertinencias, porque de los electores iba a recibir el Poder; a soportar humillaciones y vejámenes de los que, precisamente por la función casi divina de gobernar, estaban llamados a obedecerle; y si, después de todo eso, le quedaba un sobrante de algunas horas en la madrugada, o de algunos minutos robados a un descanso intranquilo, en ese mínimo sobrante es cuando el hombre dotado para gobernar podía pensar seriamente en las funciones sustantivas de Gobierno.

»Vino después la pérdida de la unidad espiritual de los pueblos, porque como el sistema funcionaba sobre el logro de las mayorías, todo aquel que aspiraba a ganar el sistema ,tenía que procurarse la mayoría de los sufragios. Y tenía que procurárselos robándolos, si era preciso, a los otros partidos, y para ello no tenía que vacilar en calumniarlos, en verter sobre ellos las peores injurias, en faltar deliberadamente a la verdad, en no desperdiciar un solo resorte de mentira y de envilecimiento. Y así, siendo la fraternidad uno de los postulados que el Estado liberal nos mostraba en su frontispicio, no hubo nunca situación de vida colectiva donde los hombres injuriados, enemigos unos de otros, se sintieran menos hermanos que en la vida turbulenta y desagradable del Estado liberal.

»Y, por último, el Estado liberal vino a depararnos la esclavitud económica, porque a los obreros, con trágico sarcasmo, se les decía: «Sois libres de trabajar lo que queráis; nadie puede compeleros a que aceptéis unas u otras condiciones; ahora bien: como nosotros somos los ricos, os ofrecemos las condiciones que nos parecen; vosotros, ciudadanos libres, si no queréis, no estáis obligados a aceptarlas; pero vosotros, ciudadanos pobres, si no aceptáis las condiciones que nosotros os impongamos, moriréis de hambre, rodeados de la máxima dignidad liberal». Y así veríais cómo en los países donde se ha llegado a tener Parlamentos más brillantes e instituciones democráticas más finas, no teníais más que separamos unos cientos de metros de los barrios lujosos para encontramos con tugurios infectos donde vivían hacinados los obreros y sus familias, en un límite de decoro casi infrahumano. Y os encontraríais trabajadores de los campos que de sol a sol se doblaban sobre la tierra, abrasadas las costillas, y que ganaban en todo el año, gracias al libre juego de la economía liberal, setenta u ochenta jornales de tres pesetas.

»Por eso tuvo que nacer, y fue justo su nacimiento (nosotros no recatamos ninguna verdad), el socialismo. Los obreros tuvieron que defenderse contra aquel sistema, que sólo les daba promesas de derechos, pero no se cuidaba de proporcionarles una vida justa.

»Ahora, que el socialismo, que fue una reacción legítima contra aquella esclavitud liberal, vino a descarriarse, porque dio, primero, en la interpretación materialista de la vida y de la Historia; segundo, en un sentido de represalia; tercero, en una proclamación del dogma de la lucha de clases.

»El socialismo, sobre todo el socialismo que construyeron, impasibles en la frialdad de sus gabinetes, los apóstoles socialistas, en quienes creen los pobres obreros, y que ya nos ha descubierto tal como eran Alfonso García Valdecasas; el socialismo así entendido, no ve en la Historia sino un juego de resortes económicos: lo espiritual se suprime; la Religión es un opio del pueblo; la Patria es un mito para explotar a los desgraciados. Todo eso dice el socialismo. No hay más que producción, organización económica. Así es que los obreros tienen que estrujar bien sus almas para que no quede dentro de ellas la menor gota de espiritualidad.

»No aspira el socialismo a restablecer una justicia social rota por el mal funcionamiento de los Estados liberales, sino que aspira a la represalia; aspira a llegar en la injusticia a tantos grados más allá cuantos más acá llegaran en la injusticia los sistemas liberales.

»Por último, el socialismo proclama el dogma monstruoso de la lucha de clases; proclama el dogma de que las luchas entre las clases son indispensables, y se producen naturalmente en la vida, porque no puede haber nunca nada que las aplaque. Y el socialismo, que vino a ser una crítica justa del liberalismo económico, nos trajo, por otro camino, lo mismo que el liberalismo económico: la disgregación, el odio, la separación, el olvido de todo vínculo de hermandad y de solidaridad entre los hombres.

»Así resulta que cuando nosotros, los hombres de nuestra generación, abrimos los ojos, nos encontramos con un mundo en ruina moral, un mundo escindido en toda suerte de diferencias; y por lo que nos toca de cerca, nos encontramos en una España en ruina moral, una España dividida por todos los odios y por todas las pugnas. Y así, nosotros hemos tenido que llorar en el fondo de nuestra alma cuando recorríamos los pueblos de esa España maravillosa, esos pueblos en donde todavía, bajo la capa más humilde, se descubren gentes dotadas de una elegancia rústica que no tienen un gesto excesivo ni una palabra ociosa, gentes que viven sobre una tierra seca en apariencia, con sequedad exterior, pero que nos asombra con la fecundidad que estalla en el triunfo de los pámpanos y los trigos. Cuando recorríamos esas tierras y veíamos esas gentes, y las sabíamos torturadas por pequeños caciques, olvidadas por todos los grupos, divididas, envenenadas por predicaciones tortuosas, teníamos que pensar de todo ese pueblo lo que él mismo cantaba del Cid al verle errar por campos de Castilla, desterrado de Burgos:

»¡Dios, qué buen vasallo si ovierá buen señor!

»Eso vinimos a encontrar nosotros en el movimiento que empieza en ese día: ese legítimo soñar de España; pero un señor como el de San Francisco de Borja, un señor que no se nos muera. Y para que no se nos muera, ha de ser un señor que no sea, al propio tiempo, esclavo de un interés de grupo ni de un interés de clase.

»El movimiento de hoy, que no es de partido, sino que es un movimiento, casi podríamos decir un antipartido, sépase desde ahora, no es de derechas ni de izquierdas. Porque en el fondo, la derecha es la aspiración a mantener una organización económica, aunque sea injusta, y la izquierda es, en el fondo, el deseo de subvertir una organización económica, aunque al subvertiría se arrastren muchas cosas buenas. Luego, esto se decora en unos y otros con una serie de consideraciones espirituales. Sepan todos los que nos escuchan de buena fe que estas consideraciones espirituales caben todas en nuestro movimiento; pero que nuestro movimiento por nada atará sus destinos al interés de grupo o al interés de clase que anida bajo la división superficial de derechas e izquierdas.

»La Patria es una unidad total, en que se integran todos los individuos y todas las clases; la Patria no puede estar en manos de la clase más fuerte ni del partido mejor organizado. La Patria es una síntesis trascendente, una síntesis indivisible, con fines propios que cumplir; y nosotros lo que queremos es que el movimiento de este día, y el Estado que cree, sea el instrumento eficaz, autoritario, al servicio de una unidad indiscutible, de esa unidad permanente, de esa unidad irrevocable que se llama Patria.

»Y con eso ya tenemos todo el motor de nuestros actos futuros y de nuestra conducta presente, porque nosotros seríamos un partido más si viniéramos a enunciar un programa de soluciones concretas. Tales programas tienen la ventaja de que nunca se cumplen. En cambio, cuando se tiene un sentido permanente ante la Historia y ante la vida, ese propio sentido nos da las soluciones ante lo concreto, como el amor nos dice en qué caso debemos reñir y en qué caso nos debemos abrazar, sin que un verdadero amor tenga hecho un mínimo programa de abrazos y de riñas.

»He aquí lo que exige nuestro sentido total de la Patria y del Estado que ha de servirla.

»Que todos los pueblos de España, por diversos que sean, se sientan armonizados en una irrevocable unidad de destino.

»Que desaparezcan los partidos políticos. Nadie ha nacido nunca miembro de un partido político; en cambio, nacemos todos miembros de una familia; somos todos vecinos de un Municipio; nos afanamos todos en el ejercicio de un trabajo. Pues si ésas son nuestras unidades naturales, si la familia y el Municipio y la corporación es en lo que de veras vivimos, ¿para qué necesitamos el instrumento intermediario y pernicioso de los partidos políticos, que, para unimos en grupos artificiales, empiezan por desunimos en nuestras realidades auténticas?

»Queremos menos palabrería liberal y más respeto a la libertad profunda del hombre. Porque sólo se respeta la libertad del hombre cuando se le estima, como nosotros le estimamos, portador de valores eternos; cuando se le estima envoltura corporal de un alma que es capaz de condenarse y de salvarse. Sólo cuando al hombre se le considera así, se puede decir que se respeta de veras su libertad, y más todavía si esa libertad se conjuga, como nosotros pretendemos, en un sistema de autoridad, de jerarquía y de orden.

»Queremos que todos se sientan miembros de una comunidad seria y completa; es decir, que las funciones a realizar son muchas: unos, con el trabajo manual; otros, con el trabajo del espíritu; algunos, con un magisterio de costumbres y refinamientos. Pero que en una comunidad tal como la que nosotros apetecernos, sépase desde ahora, no debe haber convidados ni debe haber zánganos.

»Queremos que no se canten derechos individuales de los que no pueden cumplirse nunca en casa de los famélicos, sino que se dé a todo hombre, a todo miembro de la comunidad política, por el hecho de serio, la manera de ganarse con su trabajo una vida humana, justa y digna.

»Queremos que el espíritu religioso, clave de los mejores arcos de nuestra Historia, sea respetado y amparado como merece, sin que por eso el Estado se inmiscuya en funciones que no le son propias ni comparta como lo hacía, tal vez por otros intereses que los de la verdadera Religión funciones que sí le corresponde realizar por sí mismo.

»Queremos que España recobre resueltamente el sentido universal de su cultura y de su Historia.


»Pero nuestro movimiento no estaría del todo entendido si se creyera que es una manera de pensar tan sólo; no es una manera de pensar: es una manera de ser. No debemos proponemos sólo la construcción, la arquitectura política. Tenemos que adoptar, ante la vida entera, en cada uno de nuestros actos, una actitud humana, profunda y completa. Esta actitud es el espíritu de servicio y de sacrificio, el sentido ascético y militar de la vida. Así, pues, no imagine nadie que aquí se recluta para ofrecer prebendas; no imagine nadie que aquí nos reunimos para defender privilegios. Yo quisiera que este micrófono que tengo delante llevara mi voz hasta los últimos rincones de los hogares obreros, para decirles: sí, nosotros llevamos corbata; sí, de nosotros podéis decir que somos señoritos. Pero traemos el espíritu de lucha precisamente por aquello que no nos interesa como señoritos; venimos a luchar porque a muchos de nuestras clases se les impongan sacrificios duros y justos, y venimos a luchar por que un Estado totalitario alcance con sus bienes lo mismo a los poderosos que a los humildes. Y así somos, porque así lo fueron siempre en la Historia los señoritos de España. Así lograron alcanzar la jerarquía verdadera de señores, porque en tierras lejanas, y en nuestra Patria misma, supieron arrostrar la muerte y cargar con las misiones más duras, por aquello que precisamente, como a tales señoritos, no les importaba nada.

»Yo creo que está alzada la bandera. Ahora vamos a defenderla alegremente, poéticamente. Porque hay algunos que frente a la marcha de la revolución creen que para aunar voluntades conviene ofrecer las soluciones más tibias; creen que se debe ocultar en la propaganda todo lo que pueda despertar una emoción o señalar una actitud enérgica y extrema. ¡Qué equivocación! A los pueblos no los han movido nunca más que los poetas, y ¡ay del que no sepa levantar, frente a la poesía que destruye, la poesía que promete!

»En un movimiento poético, nosotros levantaremos este fervoroso afán de España; nosotros nos sacrificaremos; nosotros renunciaremos, y de nosotros será el triunfo, triunfo que ¿para qué os lo voy a decir? no vamos a lograr en las elecciones próximas. En estas elecciones votad lo que os parezca menos malo. Pero no saldrá de ahí vuestra España, ni está ahí nuestro marco. Esa es una atmósfera turbia, ya cansada, como de taberna al final de una noche crapulosa. No está ahí nuestro sitio. Yo creo, sí, que soy candidato; pero lo soy sin fe y sin respeto. Y esto lo digo ahora, cuando ello puede hacer que se me retraigan todos los votos. No me importa nada. Nosotros no vamos a ir a disputar a los habituales los restos desabridos de un banquete sucio. Nuestro sitio está fuera, aunque tal vez transitemos, de paso, por el otro. Nuestro sitio está al aire libre, bajo la noche clara, arma al brazo, y en lo alto, las estrellas, Que sigan los demás con sus festines. Nosotros fuera, en vigilancia tensa, fervorosa y segura, ya presentimos el amanecer en la alegría de nuestras entrañas.»

Fuente original: Segundarepublica  

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