Iberriak, Hispania, Iberia, España... Son distintos nombres que se refieren a una misma patria. Una patria de patrias y una Historia que contiene muchas historias. La sustantividad de España tiene ese carácter trascendente que hace que su plasmación terrenal en una realidad geográfica y política sea un asunto irrelevante para el hombre que en verdad vive alimentándose del pan del cielo. España es un alma colectiva, construida con el paso de los siglos y mantenida por los creyentes de todas las épocas que han ido perfilando sus avatares y atributos de Nación, incluso aquellos que persisten aun hoy, en estos tiempos de extrema oscuridad. España no es un contrato social, no simplemente un Estado constitucional. España es religión, es una Herencia de siglos que aglutinaron letras, pensamientos y vidas de peregrinos y de guerreros. Esa es tu herencia y la mía. Una herencia que al ser sometida a las directrices de la Palabra de Dios, se ofrece a ser actualizada e interiorizada en la vida y el pensamiento de un hombre del siglo XXI y del tiempo del Fin. Fijémonos ahora en los colores de su bandera, un código visual que refleja su naturaleza: un esquema horizontal en el que el rojo abraza y contiene el amarillo del oro. El rojo de la sangre del sacrificio y el oro del Espíritu, en analogía con el sacrificio y la sangre del Señor y redentor del mundo. Cristo es el Sol dorado de Justicia y la estrella de todo nuevo amanecer. La bandera, pues, digamos que expresa una alegría del corazón. Ese sugestivo y bellísimo juego del color oro y del rojo forma parte también de las banderas de algunas de las principales nacionalidades históricas de España: Navarra, Castilla, Aragón, Países catalanes. El espíritu de lucha y sacrificio por el prójimo y por los más débiles y desfavorecidos, por tanto, abarca a todas las patrias que forman el alma colectiva, una forma de ser, ni más ni menos. Y, en el centro, el águila de Juan evangelista ( el águila de San Juan según el tetramorfos de la tradición católica), el evangelio más radical de todos, indica los altos vuelos espirituales a los que está destinado todo aquel que cree en la Patria y en la Bandera. Pero, como enseñó el Maestro, para elevarse hay que descender. Que los símbolos y los signos no distraigan nuestro entendimiento, estamos hablando del Espíritu de Dios. De una forma de vida, la más elevada de todas, pues no hay ninguna verdad ni camino posible fuera de Jesucristo el Hijo de Dios.
¡Por Dios y por la patria!
No hay comentarios:
Publicar un comentario