Dedicado a quienes creen que la mayor fuerza evocadora del sonido está en la melodía más sencilla. El ambiente es una de las claves en la guerra espiritual, y pueden existir tantos ambientes como diversas son las formas y los estilos de música, y así hablaríamos de formas de conciencia compartidas, generando comunidad y fraternidad sobre la base de una determinada visión de lo que ha de ser el mundo. Hoy cabe destacar una joya bastante olvidada, la composición creada en 1977 por el compositor Maurice Jarre para la película de Franco Zeffirelli. Aunque no escapa de un patrón muy de moda en la época ( las composiciones de Jerry Goldsmith principalmente ) estamos ante una creación que, aunque breve y reiterativa, tiene un inusual poder evocador de la historia antigua y del espíritu colectivo del antiguo pueblo judío. En una perfecta simbiosis entre sonidos de oriente y del occidente más cercano a Hollywood, la resistencia y la dramática lucha que el Maestro sufrió, la geografía y la luz de Palestina, el alegre caminar de los peregrinos a orillas del mar de Galilea y los cánticos orientales, todo ello, al escuchar estas partituras, forma un conjunto tan simple como diverso, en el que la alegría y el dolor hallan una unidad de experiencia y un sentir que llega y se instala en la mente de un oyente actual de forma extraordinaria. A destacar especialmente la importancia y la delicia de los instrumentos de viento, y cómo en algunos segmentos estos vertebran melodías que parecen dialogar y abrazarse con el propósito de expresar la belleza del Maestro y de la misión. En definitiva, esta es una joya ideal para todo aquel que busca al Maestro y necesita crear un determinado ambiente en el que la sensibilidad y los pensamientos están enfocados en la misión y en las cosas de Dios. Si percibes, estés donde estés, que el mundo hace demasiado ruido, esta música es escudo y adarga.
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