Tendríamos
que volver sobre ello más adelante, de momento es menester apuntar
algo sobre la historia de Frodo y el Anillo según la conocimos en la
versión cinematográfica de Peter Jackson. Catorce años después de
su paso triunfal por las salas de cine, parece que la que en otro
tiempo fue una trilogía muy popular ya no lo es tanto, y surge la
cuestión de por qué no se ha convertido en un clásico. Los
atentados del 11 de septiembre del año 2001 abrieron una nueva etapa
espiritual y estética para el mundo (según el enfoque de algunos
analistas) y, sencillamente, fantasías tan “maniqueas” e
inocentes como la de Tolkien quedan al margen de las nuevas
necesidades y exigencias de una sociedad decadente. A diferencia de
otras sagas populares que sí han sobrevivido a los cambios ( como el
caso de Harry Potter o de Star Wars ), la trilogía de Peter Jackson
presenta
una radical separación entre el Bien y el Mal, sin apenas matices, y
lo hace además utilizando trazos muy gruesos en la creación de los
caracteres que representan uno y otro bando: el Bien aparece
personificado en la belleza nórdica de hombres, Elfos, Hobbits y ancianos de barbas blancas, y el Mal en la tosca fealdad de los
orcos. La sociedad camina hacia un mundo de mixturas y confusión
moral y estética, donde el bien y el mal se disuelven en esta
confusión de mensajes y de signos. Es por eso que, por ejemplo, The
Dark Knight (Christopher Nolan, 2008), responde mucho
mejor al paradigma actual. Sea como sea, seguramente la trilogía que
ahora nos ocupa forma parte de ese cine de culto cuyos signos
pueden ser apreciados en su atemporalidad, independientemente de las
necesidades de la industria, de la cultura y de los imaginarios
dominantes. Cuentan los eruditos ( véase este artículo ) que Jackson no supo traducir a
formas cinematográficas todo el sentido metafórico de la obra
literaria de Tolkien, lo cual parece obvio, pero en ese caso
perderíamos de vista lo esencial, que es la efectiva transmisión de
una historia que nos remite a los valores eternos de Belleza,
Justicia, Tierra, lucha contra el Mal, sangre y sacrificio, amistad y
fraternidad. ¿Es más importante la elaboración conceptual y
estética, que la efectiva transmisión de esos valores, aunque ello
sea a costa de aceptar que estamos ante un blockbuster dotado
de cualidades narrativas o estéticas muy esporádicas?. Sí, a
efectos del estudio que aquí nos interesa. Jackson se valió de la
extraordinaria cualidad emocional y arquetípica de la historia y de
los personajes. Cuando una historia cava tan profundo en el alma de
niños y de adultos con la capacidad de llenarla de maravillas, la
forma de ejecutarla pierde relevancia. Aún así, dicen algunos, todo
fue en balde tras el 11 de septiembre.
Precisemos
algunos de los significados principales. El anillo de poder es un
símbolo del pecado que a todos nos ata en las tinieblas y, a la vez,
una materialización del Mal. La Misión de Frodo consiste en un
largo y peligroso viaje hacia las tinieblas con el objetivo de
arrojar el anillo a las Grietas o el monte del Destino, a los fuegos
purificadores, la única forma de destruir el Mal para siempre. Cada
hijo de Dios tiene su misión, su Destino, es decir, un recorrido y
un viaje personal conforme al poder que Dios le ha dado con el
objetivo de destruir el pecado en su propia vida y en la de quienes a
él se allegan. Por tanto, cada hijo de Dios es un portador del
Anillo. La vida es un recorrido de partida y regreso en el que tras
el dolor y las lágrimas en los valles oscuros de Mordor (el presente siglo) viene la
recompensa de una tierra de Luz (la vida futura en la eternidad), verde y apacible, eterna y ya libre
de pecado para siempre. Y, para el recuerdo, la imagen imborrable de
los profundos ojos azules de Frodo ( interpretado por Elijah Wood ),
los ojos de la inocencia en otra encarnación más del tonto- casto, del miedo, y de la fragilidad, siempre
enfrentados a la rojiza llama del Gran Ojo de Sauron.
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