Vayamos al origen: cuando Ish e Isha cayeron en pecado, fueron expulsados del jardín del Edén, y Yahvé- Elohim puso a dos serafines a la entrada del Edén para guardarlo, y que nadie pudiera profanar el Árbol de la Vida. Según el relato del génesis, estos serafines exhibían su poder protector mediante sendas espadas de fuego. Tras la expulsión del Edén, los hombres pudieron acercarse a las puertas del paraíso y contemplar el poder y la gloria que emanaba de esa Luz que los serafines sostenían con mano firme. La Luz a la que nos referimos es la misma que en la Biblia aparece con expresiones como “fuego devorador”, “gloria de Yahvé”, o “fuego eterno”. Ante la visión de aquellas espadas luminosas, los hombres del mundo antiguo quedaron fascinados, y con la paulatina degradación moral y espiritual del género humano aquella imagen prístina perdió su esencia divina. Así nació la leyenda de la espada de poder, la que ha sido codiciada por los linajes nobles y los reyes de la antigüedad, siendo la espada de metal Excalibur (“espada centelleante” en el antiguo idioma gaélico) la posterior imitación, reciclada durante la edad media con el mito artúrico.
Pero lo que aquellos serafines sostenían con su mano no era una espada forjada desde la vanidad humana y el deseo de conquista, sino poder de Dios. Un “arma” utilizada con pensamiento y acción de santidad. Con el mismo pensamiento sustentador del fuego devorador que destruirá el mundo en el día final por la justicia y santa voluntad del Redentor del mundo. En Star Wars, la fascinante fantasía de George Lucas, se la define como “un arma noble para tiempos de orden y justicia”, definición de notables resonancias bíblicas. En la no menos fascinante película de John Boorman, Excalibur, exhibe un poder que no puede ser separado del orden moral y de la defensa de lo que es justo y verdadero; “una tierra dividida y sin su Rey”, y la promesa de recuperar el orden con la aparición de un Rey justo que traerá equilibrio y paz al mundo. Son, por así decir, imágenes deformadas de la profecía bíblica, ya que estas leyendas (tanto la artúrica como su versión posmoderna en Star Wars) son y han sido fuente de inspiración para el elitismo consustancial a todas las órdenes religiosas y militares, todas ellas controladas por el Dragón.
La verdad es que se está produciendo un despertar en todo el mundo, velado, y afectando a una minoría, a aquellos que han despertado a la realidad de Dios y a la veracidad de su santa Palabra, y al tesoro profético y espiritual contenido en los escritos de Ellen White. Dentro de pocos días, El Despertar de la Fuerza, séptimo episodio de Star Wars, llegará a las pantallas de todo el mundo. La espada de luz y poder, en este caso vinculada al linaje Skywalker, volverá a fascinar e impregnar la imaginación de jóvenes y adultos, justo en el momento en que estamos a las puertas de que esa minoría de creyentes en la palabra de Dios empiecen a dar un fuerte pregón en defensa de la verdad bíblica. Cada vez que Dios envía a su Espíritu Santo para obrar en los corazones, el Adversario de Dios pone un parche, envía su maquinaria de propaganda e imaginarios que desvían nuestra atención de las cosas santas y, en consecuencia, retrasa el cumplimiento del plan que Dios tiene para el tiempo del fin. Ya sabemos que, a pesar de todo, Dios ganará la carrera. Pero en esta guerra espiritual es necesario enfatizar que el enemigo tiene instrumentos de control que pueden parecer inocentes o inofensivos, y no es así. Doy fe de ello. Valoro enormemente el contenido de justicia y nobleza moral que aparece tanto en la famosa epopeya galáctica como en la película de 1.981, pero en ambos casos las virtudes divinas son realizadas en un molde humano, aquel que es resultado de la hibridación entre la verdad bíblica y la filosofía humana. Mezcla de verdad y error, pero en Dios solo existe aquello que es puro y verdadero. Por eso, mientras el Adversario envía al mundo su despertar, su particular Excalibur preparatorio del armagedon, el verdadero pueblo de Dios, remitiéndose a la espada original del Serafín guardián de las puertas del Edén, debe empuñar la espada del Espíritu, la palabra de Dios, la cual no es una espada física, sino una forma de conciencia y pensamiento frente a las seducciones del mundo.
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