Casi tres décadas más tarde, y a la luz de la cultura del Espíritu, una primera ojeada nos llevaría a concluir que en esta película los "malos" son en realidad los "buenos", y viceversa, y que aquel mítico profesor interpretado por Robin Williams representa una idea demasiado cercana al libertinaje, o al menos un modo de halagar la inmadurez y la rebeldía típica de la etapa adolescente. La historia se desarrolla en un colegio de élite donde se invoca el nombre de los valores eternos mediante una fórmula sencilla: Valor, Honor, Disciplina y Excelencia. Y en un momento dado se nos advierte de algo, en boca de uno de esos personajes que encarnan una mentalidad rígida, es decir, santa: Dios nos libre de los vanos sueños que destruyen al hombre necio. Keating, en contraposición, reivindica el pensamiento libre y el desarrollo del individuo. Se plantea, en definitiva, una guerra entre Tradición y revolución de la conciencia y del espíritu, y en ello mantiene un pulso constante que parece no encontrar un ganador claro, siendo una narración orientada a exponer esa dicotomía para que el espectador saque sus propias conclusiones. Pero no podemos olvidar el hecho de que en 1990, fruto de la manipulación emocional propia de este tipo de producciones orientadas a los más jóvenes, el corazón de la mayor parte del público estaba de parte de Keating y sus discípulos.
Una vez más, el esquema dualista nos aleja de la Verdad de la Palabra eterna. Valor, honor, disciplina y excelencia son desde luego valores de fuerte raíz bíblica, pero es que además la tradición y la revolución del espíritu se dan la mano en la santa palabra de Dios. La Ley de Dios es tradición y, en virtud de una necesidad de prevenir los ciclos degenerativos que hacen que la Ley se convierta en legalismo o en idiosincrasia nacionalista (tal como le sucedió al antiguo pueblo de Israel en tiempos de Jesucristo) es también un movimiento de revolución constante del espíritu que vuelve a darle vida y significado espiritual al corpus de valores tradicionales. Bajo esta luz, por tanto, no podemos decir que el profesor Keating está en contra de la tradición, en realidad la ama y la respeta, pero desde el fundamento de buscar el Ser y el desarrollo de individuos capacitados para entender por qué la tradición es tan valiosa para la cultura humana. La Ley y la Tradición no pueden ser bellas palabras escritas sobre estandartes de vanidad institucional, sino hacer que sean Vida en el corazón y en el alma de los discípulos.
Así pues, la película no muestra a un grupo de adolescentes que entienden y han aprendido a disfrutar del "meollo de la vida", lo cual para ellos durante mucho tiempo seguirá siendo un misterio, si no a un grupo de adolescentes que admiran a un profesor carismático y excepcional, alguien que, por otro lado, se ha encargado de inflamar y excitar las pasiones y la imaginación de mentes inmaduras llevándolas a vivir aventuras de dudosa utilidad, a decir estupideces varias y, en el caso más dramático y resolutivo, al suicidio. Esos son los hechos que presenta la película, el resto es manipulación emocional que en nada desvirtúa al principal mérito de la pedagogía de Keating; en pie sobre sus pupitres, al grito de "¡oh capitán, mi capitán"!, reconocen la autoridad del hombre que les ha mostrado un camino nuevo y diferente, un camino que van a tener que descubrirlo con el paso del tiempo. Es el camino de los verdaderos románticos, es un fuego secreto sobre el cual los poetas y artistas en general han hablado o escrito, como persiguiendo un ideal que tal vez solo autores de la talla de Henry David Thoreau han vivido y experimentado en verdad, mientras que el resto solo tejen y vertebran idealidades que son no mucho más que palabras bonitas para leer, inspirarse y pensar. ¿Qué es el "meollo de la vida?. Se puede hacer una aproximación viendo las distintas secuencias de la película: tener el valor de buscar el Ser en la palabra y en la imaginación, expresar con palabras aunque sea torpe expresión de algo mucho más valioso que las palabras, encontrar una vocación y maravillar al mundo con ella, saber que no ha pasado la vida en vano, que has buscado por todas partes y hasta encontrar un final y una Verdad, presentarte ante la chica que amas con un poema y con un ramo de flores, decirle un "te quiero" a la cara por el mero hecho de ser y hacerlo y sin que te importe ser o no correspondido o llevarte una sonrisa o un tortazo, salir a los bosques y a los altos de la montaña porque buscas ser un dios y necesitas estar cerca de los dioses, vibrar con el retumbo de la batalla contra el enemigo o con las luces del cielo estrellado allá en sitios apartados como cuevas, veredas y sendas de un bosque. Encontrar, en definitiva, la Vida. Una vida extraordinaria pero, ahora sí, no para nuestras vanidades, sino para Cristo. Y, si sólo Cristo es el Camino, la Verdad y la Vida, de estas vanidades humanas podemos rescatar su belleza, el amor que solo busca dar y no recibir, el misterio de la naturaleza prístina, es decir, esos preámbulos del futuro Reino de Dios que pueden ser degustados en el mundo presente. Aquello que podríamos llamar "el alma del mundo", contra la cual está en marcha (ya muy avanzada) una conspiración cuyos ejes de acción básicos están descritos en Los protocolos de los sabios de Sion, obra apócrifa, según dicen, y tienen razón, pero que sin embargo esos protocolos son un reflejo de la clase de sociedad en la que nos estamos convirtiendo, una decadencia que el nacional socialismo intentó evitar declarándole la guerra al sionismo, incluso participando de los poderes de las tinieblas. De hecho, la base filosófica del movimiento capitaneado por Adolf Hitler fue el romanticismo alemán, y hay en ese gesto final del discípulo situado en una perspectiva diferente y superior mucho del mal llamado "nazismo", es decir, actitud del guerrero que lucha por preservar el alma del mundo. Si la Alemania de Hitler hubiera ganado la guerra, los locos del espíritu, los soñadores, los que valoran la sencillez, la nación, la belleza y el misterio de nuestros latidos habríamos vencido a los de la especulación financiera, el materialismo, el internacionalismo, los que quieren vaciar la vida de contenido romántico e idealizador y convertirnos en un número sin alma ni un destino trascendente. Y sí, los soñadores también son peligrosos, pero al menos tienen patria.
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