En preparación para la próxima primavera hiperbórea, Clash of the Titans es, sin duda, una fábula rebosante de idealismo que tiene la facultad de revigorizar el músculo, la mente y el alma, conforme al plan holístico para la santificación. En primer lugar habría que detenerse a valorar el modelo de producción cinematográfica de Ray Harryhausen para entender su eficacia no sólo como experiencia lúdica, sino como acción formativa. Es un modo de hacer cine que permite, por un lado, respetar el espíritu homérico que debería estar siempre en la narrativa de referentes helenísticos, y también captar debidamente la atención del espectador con un ritmo visual fundamentado en esos momentos de contemplación, elipsis, y reflexión desde los cuales la imagen figurativa puede adquirir el valor de símbolo y, por ende, de acto espiritual. Y es que parece una proeza inalcanzable, atendiendo a su potente fulgor idealista, el hacer de ello algo que pueda ser llevado a la vida práctica. No existe un manual de instrucciones, pero ahí está la belleza de sus diálogos homéricos, la bella paisajística propia del Mediterráneo y del Egeo bajo una fotografía naturalista que, en vez de herir el ojo con el exceso de luces y de contrastes ( tan propio del cine fantástico hipermoderno ) nos deja ver el paisaje con una luz y una percepción similar a la que alumbraría a un cronista homérico de la época. Y ahí están el casco, la espada, el escudo, pero ante todo la figura del caballo blanco y alado, como principales referentes de los atributos del Caballero cristiano. La galopada aérea de Perseo a lomos de Pegaso, en concreto, la cual aparece siempre relacionada con salvar a la princesa o mujer de blanco (salvar nuestro hálito de pureza y bondad que late en cada corazón humano, o ser fieles a la iglesia pura citada en el Apocalipsis de Juan ) nos remite a un estado del ser que puede ser definido como la alegría del santo, los altos vuelos del místico, o sencillamente el vuelo de la imaginación o imaginatio vera.
Hay otros aspectos que aparecen reflejados en el tono, el contenido y la textura de la imagen que nos remiten a facetas de la vida más inmediatas, como la importancia de la salud y de cultivar un cuerpo robusto. La belleza y la salud siempre van vinculadas al valor y la nobleza, mientras que la codicia del ser malvado se traduce en la degeneración del cuerpo y termina en fealdad. Aunque ello no siempre se corresponde con nuestro mundo cotidiano y físico, estas correspondencias se refieren al mundo espiritual y a la visión del hombre santo, donde, sin duda, bajo una apariencia agradable puede verse la mayor fealdad, o ver belleza en los seres más deformes, así como en el Reino de Dios existe una perfecta correspondencia entre la moral del Bien y su expresión física y, por tanto, allí sólo habitan seres bellos en todos los aspectos. El Idealismo apunta hacia el reino celestial y, de camino hacia allí, nos sirve de referente en este siglo de tinieblas.
En el enfrentamiento con la Gorgona o Medusa está la parábola final acerca de esa lucha por defender la pureza o la virtud. Al contrario de la princesa pura y de alma blanca a quien hay que salvar, la Medusa es una representación femenina de la Serpiente, y de la mujer-víbora, expresión del mal absoluto en versión Ray Harryhausen. Decapitar a la Medusa es vencer el mal que habita en el corazón del hombre. Pero, nos dice el mito, no te atrevas a mirarlo directamente, porque puede destruirte. Deja que sea la Espada quien haga el trabajo, porque no puedes vencer el pecado con tu fuerza, sino con el Espíritu. El valiente, nos enseña Perseo en su hazaña, es quien sabe ser cobarde en su justa medida y en los momentos indicados...
Los dioses del monte Olimpo, concluye la película, existen sólo hasta que el ser humano aprenda la virtud del los héroes, con lo cual caminaríamos sobre la tierra como "dioses" en camino hacia el reino celestial de Dios.
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