La Tragedia de Numancia, escrita por Miguel de Cervantes hacia 1585, es una obra considerada pseudo-histórica en cuanto a su fidelidad a los hechos acaecidos en la zona celtibérica de Hispania, allí donde los numantinos resistieron el asedio romano durante quince años. Tanto la historia cultural como la crítica literaria encuentran en esa obra teatral una diana sobre la que hilvanar un significado alegórico. Y lo hacen con gran acierto, de hecho, pues la literatura muchas veces forja una narrativa de las fuerzas telúricas de la Historia, o su significado ritual y legendario. Para los contemporáneos de Cervantes, resistir numantinamente frente al asedio de Roma era como una alegoría del sacrificio cristiano realizado por amor a la vida eterna. Si nos ubicamos en el contexto y en la mentalidad de las tribus hispánicas de los siglos anteriores al mundo cristiano, la bravura numantina se explica por la defensa de un modo de vida localista, libre de los grandes relatos políticos, legislativos y religiosos de la civitas grecorromana. Un modo de vida caracterizado por el amor a la tierra, a la vida sencilla, a la familia, sustentado por los sacerdotes que sabían detenerse a escuchar el susurro de los dioses, esa voz que vuela con los vientos. No obstante, la bravura numantina recorre los siglos hasta hoy del mismo modo que Roma vive y permanecerá hasta el Fin de los tiempos. Así como Roma ( sin dejar de ser, esencialmente, una permanencia de la antigua Babilonia ) cambia sus ropajes conforme al transcurrir de las distintas épocas, la resistencia numantina va adquiriendo nuevas formas y expresiones destinadas a preservar la Verdad en la que cree. Si fuere en el siglo XVIII, en la época de las luces masónicas y de la consecuente revolución francesa, el numantino se alza contra el poderío de la diosa razón y del ateísmo devastador. Si fuere en el XIX, contra las mentiras darwinistas y contra las filosofías materialistas resultantes, todas ellas instigadas por la masonería. Y ahora, frente a la Roma del siglo XXI, una Roma que lo abarca todo, política, religión, filosofías, tecnologías, globalismo, capitalismo y comunismo, ante todo eso, ante semejante monstruo, el numantino vislumbra un modo de retornar a la sencillez y al origen. Retornar a la tierra y a la Ley de Dios, aunque sigue obligado a convivir con y respetar las reglas del Imperio, hasta que éstas pretendan cambiar la Ley de Dios por la voz insolente de la autoridad humana. La alegoría compuesta por Cervantes sigue vigente.
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