jueves, 7 de septiembre de 2017

Sangre y sacrificio

La sangre es la vida - Levítico 17: 11

Pensar la cultura humana a la luz de la Palabra de Dios nos trae el mal hábito de estar frente a la pantalla del ordenador, o con la cabeza baja mirando libros e imágenes que se suceden en el quehacer cotidiano. El caso es que, de tanto buscar belleza y Verdad, corremos el riesgo de convertirnos en hombres excesivamente refinados, y poco resistentes a ese posible dolor que sería consecuencia de salir de nuestras "zonas de confort". Por eso, mediante símbolos y mitos, es menester traer al alma el valor de la guerra y de la sangre. Símbolos como Conan, Alejandro el Grande, Heracles, Aquiles, Frodo, Sigfrido, o la Espada de Miguel frente al Dragón. En conformidad con el Espíritu y el mandato divino, la violencia y la fortaleza representadas en estos modelos procedentes de la cultura clásica sólo podrían tener un valor pedagógico ( como en la antigua paideia ) si las apreciamos aplicando una lectura espiritual. La estampa carnal de Heracles es un símbolo de la fortaleza moral del hijo de Dios. Frodo, y sobre todo Heidi, representan a esa misma fortaleza, pero desde una dimensión tal vez menos conocida y valorada por el mundo ( ¿la del "no hacer", tal vez? ), la del hombre socialmente insignificante, dócil como un cordero, y extremadamente conservador. Sangre y sacrificio es una conjunción que nos remite a los atributos de Dios y a lo Eterno. Nos remite a ese poder de la Voluntad de Dios que nos capacita para renunciar a la propia vida en beneficio del Bien y de la Verdad. Es el espíritu de abnegación con el que abandonamos nuestro ser, nuestros gustos y necesidades idiosincrásicas para poder cumplir con la Voluntad divina o el propósito de Dios para cada vida individual. En eso consiste el campo de batalla de los verdaderos Hijos de Dios. Los mitos o personajes de leyenda son "contrafiguras" o "tipos" del poder y del carácter de Dios. Por otro lado, no es menos cierto que necesitamos afrontar la precariedad material, la enfermedad, la angustia y las privaciones, a menudo las agresiones verbales o físicas por causa del evangelio. Con ello, pues, resulta que derramar nuestra sangre puede tener un sentido exclusivamente espiritual (morir al mundo para vivir con Cristo) o ser un acontecimiento literal, por lo cual los hábitos y costumbres medio-burgueses nos alejan de esa fortaleza del Espíritu en sentido integral: mente, corazón y cuerpo.

Valor y sangre, hermanos.

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