Cuando llegaron a un lugar llamado Gólgota, que significa "lugar de la calavera"...
Mateo 27:3
¡Felicidad o muerte!, gritan nuestros hermanos de misantropía, la cual - al contrario de esa visión mundana que afirma que la misantropía es una enfermedad del hombre egocéntrico y malvado - se niega a vivir o a dejar vivir en un mundo de muerte espiritual. O todos felices, o todos muertos, gritan en su alma. A pesar de ello, no va por buen camino quien pretende combatir a la muerte con la misma muerte. No serán malvados, pero seguirán presos de su egocentrismo. Nuestro Cristo lloraba ante la terquedad de los necios, y desde luego que su principal misión consistía en dar felicidad al mundo por medio de su testimonio de la Verdad, y fue el principal ministro de la muerte; la muerte del pecado y del poder de Satanás. Porque Él vino a dar vida, y a enseñar el modo correcto de combatir. Al escudriñar las santas escrituras puede surgir una cuestión paradojal en torno al concepto de la muerte: por un lado, la muerte es la cárcel con la que el Diablo quiere sepultarnos para siempre en el olvido y la extinción eternas. Se nos indica también que Cristo, con el sacrificio en la Cruz, venció al poder del Diablo y obtuvo las llaves de la muerte con las que puede librarnos de ella y darnos la vida eterna. La muerte, pues, se nos presenta oscura y amenazadora, y sin embargo la escritura exhorta a no temerla, entre otras cosas, porque el único que verdaderamente puede matar es Dios. En este mundo existe un conflicto entre la Verdad y el mundo, y cuando se proclama la Verdad, el mundo aborrece a quienes lo hacen. Es por eso que Dios nos dio la instrucción de no temer a la muerte, porque el Diablo no tiene la última palabra, y Cristo tiene el poder de resucitar a los muertos en el día final. La muerte, en definitiva, es un cerrar y abrir los ojos para contemplar a Cristo en su venida, es un puente hacia la presencia visible de Dios. Un puente hacia el cual debemos ir con cantos y alegría, e imaginar que cuando estemos muertos seguiremos cantando y riendo, aunque no sea verdad. Por otro lado, el mundo ateo y secular enseña igualmente que no debemos temer a la muerte, porque es un hecho natural en el cosmos que habitamos, y forma parte de la vida. Es correcto desde un punto de vista humano, pero la muerte existe en el orden posterior a la entrada del pecado, es consecuencia de transgredir las verdaderas leyes del universo, que son las que Dios dispuso en el Edén. En cualquier caso, nunca se le debe temer a la muerte, pero sí a Dios, que es quien da vida eterna o permite que el plan del Diablo triunfe: extinguir tu vida y privarte de la eternidad que Dios tiene reservada para ti.
La calavera, por tanto, debe ser nuestra amiga y debemos llevarla colgando del corazón. La mayoría de nosotros pasará por el estado de putrefacción, y se convertirá en calavera, no así como Cristo, quien resucitó al tercer día, y quien, irónicamente, fue a morir al monte de la calavera, o Gólgota. Esta ironía de la historia bíblica nos dice que debemos reírnos de la muerte y, por tanto, de nuestra propia calavera. El mundo del satanismo utiliza la calavera como símbolo intimidatorio, porque cree que Satanás tiene poder, y no es así. Utilicemos, pues, la calavera como símbolo del poder que Satanás no tiene. En base a todo esto, vamos a rechazar también la cultura del luto. Existen actitudes de respeto hacia quienes han perdido a sus seres queridos, y hacia la memoria de los fallecidos, y eso es correcto. Pero la muerte ha de tener, por lo menos desde lo hondo del corazón, un sentido festivo y de alegría. El luto es oscurantista, fruto de la ignorancia y de la falta de Fe. Debemos morir con gozo, debemos buscar el sacrificio personal, renunciando a nuestras apetencias y deseos egoístas para morir por la Verdad, cultivar la convicción de que la vida de los demás es más importante que la propia vida. Y, así, ascender cada día a nuestro monte calvario, hacer de nuestra vida un calvario en ese sentido de gozo y sacrificio, a imitación de Cristo. Así pues, si somos ministros de la muerte, recordemos que Dios es el destructor del pecado. Para morir con gozo y abnegación, debemos aplastar la cabeza de la Serpiente, el yo del orgullo egoísta o egocéntrico, que no es lo mismo que un yo afirmado con el sano orgullo de una alegría templada y prudente.
Por último, aprendamos a vivir muertos, a deprimir la sensibilidad y la atención por el mundo de los supuestamente vivos. A apagar nuestros sentidos y nuestros oídos frente a los mensajes que nos llegan desde el mundo, y pueden ser mensajes de tipo sensual o mensajes de tipo informativo o intelectual. El mundo vibra con las mentiras y las sutilezas del Diablo, estamos sobreinformados, sobreestimulados, sobrealimentados, sobretecnologizados, sobresexualizados, sobreculturizados, pero Dios tiene su silbo apacible con el que nos puede hacer vibrar con su sola Palabra. Por eso debemos perder la esperanza y el entusiasmo por las cosas banales, por la humanidad, por la belleza de lo natural y sencillo, porque incluso eso, y todo lo demás, tiene los días contados. Por tanto, seamos amigos de la muerte, vive tu vía estética siempre y cuando estés dispuesto a volver al desierto ( a la vía ascética ) cuando el Diablo empiece a hacer ruido con el objeto de vender falsas esperanzas. Y ríe siempre junto con tu calavera. Porque, al estar muerto para el mundo, estarás vivo en la alegría que Cristo nos regala.